top of page

CECILIO GAMAZA: GANADOR PRIMER CONCURSO DE RELATOS "LAS CENIZAS DE WELLES" AÑO 2021

ENTREVISTA


Hola, Cecilio. Primero nos gustaría que te presentaras.

Soy de Medina Sidonia, Cádiz, tengo cuarenta y tres años. Trabajo como encargado de obra, actualmente en Málaga, donde paso más tiempo que en mi pueblo.

Me apasionan los libros, Tengo una biblioteca considerable, y por supuesto, me encanta escribir. Entre mis hobbies está también la música, me gusta casi toda, escucho desde metal duro hasta clásica o jazz, otro de mis hobbies es el dibujo, aunque esto lo tengo muy abandonado, de vez en cuando me da por coger el lápiz.

¿Desde cuando escribes?

Escribir me ha gustado siempre, desde niño he sentido atracción por los libros y las historias, pero hacerlo con cierta dedicación lo hago desde hace relativamente poco. De mi época en el instituto solo tengo el recuerdo de algunas páginas de lo que iba a ser el inicio de una saga de fantasía (aún me ronda la idea por la cabeza), notas decentes en trabajos de redacción y un segundo premio de poesía que conseguí con un “poema” que creo es de lo más triste que he escrito en mi vida.

¿Cuáles son tus referentes?

Autores como referente tengo varios, los principales son Charles Dickens, Vasilli Grossman, Curzio Malaparte, Bohumil Hrabal, Roberto Bolaño, Julio Cortázar, Jaume Cabré, Mircea Cartarescu…

¿Qué te gusta escribir?

Aunque tengo un par de ideas, con cierta forma, que podrían convertirse en algo parecido a una novela, lo que suelo escribir son relatos, disfruto mucho con las historias cortas. Tengo cosas de terror y de otros géneros, pero donde más disfruto es en el realismo. Cada vez me siento más a gusto con él.

¿Cuál es el escrito del que te sientes más orgulloso?

Permitidme que modifique la pregunta, nombro más de un escrito, cada uno por una razón: “La Maldición de Kafka”, fue de los primeros que escribí, un homenaje a La Metamorfosis, “El Payaso”, que cuenta la historia de un payaso y su hijo, en este intenté transmitir el amor entre padre e hijo más allá del tiempo, y “Un minuto y treinta siete segundos”, un homenaje a un amigo de infancia que falleció trágicamente; cada vez que veo un avión de papel me acuerdo de él. Pero ya digo, es difícil para mí nombrar uno, con este mismo “Derrotados”, tengo algo especial también.

En cuanto a Derrotados, ¿Cómo surgió la idea?

La idea surgió de querer hacer algo pensando en dos autores, Curzio Malaparte y y Vasili Grossman, sobre todo en Grossman que transmitió el sinsentido de la guerra y sus consecuencias de una manera magistral; si me dijesen, tienes que escoger un libro de tu biblioteca, no dudaría, “Vida y destino”.

¿En qué te inspiraste para tejer una atmósfera tan delicada?

Tenía claro que quería transmitir tristeza, sensación de pérdida, y tenía claro también que el cielo sería un reflejo, cada vez que me imaginaba a Grossman con una libreta en la mano, me imaginaba también el cielo gris y el suelo embarrado.

¿Te costó mucho trabajo elegir el tono y la estructura adecuada?

La forma del texto surgió conforme escribía. Solo tenía en la mente al personaje sentado en el suelo escribiendo, lo demás fue fluyendo. Sin embargo, cuando lo terminé fui consciente de que en ningún momento digo ni dejo entrever que el protagonista sea reportero ni siquiera de que escriba, y que lógicamente el lector pensaría en algún soldado, pero creo que esa es una de las virtudes de la literatura, digamos que cogió más importancia lo que cuenta y siente que el mismo personaje.

Esa frase final es magistral, ¿tuviste dudas sobre cómo enfocarla? ¿Pensaste en cambiarlo?

No tuve muchas más dudas que las que tuve con el resto del texto, surgió poco a poco y quedó como quedó, no es un escrito que recuerde como especialmente duro para rematar.

Tampoco recuerdo que dudase con cambiarlo.

¿Hay más versiones de la misma idea?

No hay más versiones, lo que sí hay son otros textos con atmosfera y tono parecido, con un hilo temático común, la sinrazón de la guerra y sus terribles consecuencias. Juntos podrían formar algo, quién sabe.

¿Harías una versión más extensa, convirtiéndolo en novela?

No creo que la extendiese, podría hacer que el personaje fuera narrando su experiencia, pero no creo que lo haga nunca; los referente que me llevaron hasta ahí me cohibirían.

Usas un lenguaje culto pero al mismo tiempo comedido, ¿te costó mucho llegar a ese equilibrio, a esa pureza?

Uf, no sé si tanto como un lenguaje culto, intento escribir para que guste, lo que hago, mejor o peor, tengo claro que lo hago gracias a buena parte de la biblioteca que tengo mi casa.

¿Cómo calificarías tú la obra? ¿Podrías definirla en pocas palabras?

Creo que esta pregunta se la dejaré al lector.

¿Te ha sorprendido haber ganador el primer premio de nuestro certamen?

Sé que hay muchas, muchísimas personas que escriben de lujo, me ha sorprendido mucho.

Finalmente. Gracias por un trozo de gran literatura, ¿Dónde podemos encontrar tu obra?

Tengo autopublicado un recopilatorio de relatos, La Maldición de Kafka, relatos y cuentos, disponible en Amazon, un relato largo, El Payaso, disponible en Lektu, y he colaborado en varias webs y revistas como son: Boletín Papenfuss, Dentrodelmonolito Los52golpes, Castle Rock Asylum, Testimonios Paranormales, Diversidad Literaria, El Elefante Azul, Insomnia, Cisne Revista Digital, y he participado en las antologías: Navidades Extraordinarias, 14 cajas sin cierre.

¿Tienes proyectos de futuro?

Me gustaría rematar una obra que tengo bastante avanzada que sería una especie de novela fragmentada, pequeñas historias que forman o formaran un todo. Otras dos que creo que tienen la capacidad de convertirse en novelas, y por supuesto seguir con los relatos que es donde más disfruto.

¿En qué estás trabajando actualmente?

Ahora mismo estoy escribiendo poco, pero lo poco que va saliendo es para acabar con la novela “fragmentada”.

El hecho de haber ganado nuestro concurso, ¿te ha dado fuerzas para participar en otros certámenes literarios?

Pues sí, la verdad es que sí, que reconozcan tu trabajo es siempre un acicate para continuar, escribiendo y compartiendo.

¿Qué le dirías a la gente que quiere escribir pero no se atreve?

Que se atreva, tan sencillo como eso, que escriba, y que comparta, como verdaderamente se aprende, además de escribiendo mucho y leyendo más, es compartiéndolo.

Solo decir que me ha hecho muy feliz el premio, que es una alegría ver que una creación tuya llega, y agradeceros vuestro trabajo; plataformas como la vuestra hacéis una labor de divulgación encomiables. Os deseo toda la suerte del mundo con vuestro proyecto y espero que este sea el primero de MUCHOS concursos.

Muchísimas gracias por todo, aquí me tendréis a vuestra disposición siempre.


La vida se extingue allí donde existe el empeño de borrar las diferencias y las particularidades por la vía de la violencia.

“Vida y destino, Vasili Grossman”

DERROTADOS


La derrota era inminente, sin embargo, nadie retrocedía . El valor de aquellos hombres me provocaba una desazón insoportable. Sabiendo que morirían, seguían manteniendo la posición. En los rostros de mis compañeros podían leerse gestos de asombro y admiración hacia aquellos a los que poco a poco iban eliminando, como si no fuesen más que fichas de un gigantesco y siniestro juego de mesa. Se me antojó delante, ensombrecido por la cúpula gris del cielo, un enorme tablero de ajedrez lleno de peones; sin torres, sin alfiles, sin caballos, solo peones, algunos de pie, muchos derribados. Todos con la misma mirada pétrea, tallada con orgullo y valor.

¿Qué hacía que esos hombres no retrocedieran? Buscando una explicación me vino, como una respuesta obvia, el recuerdo de los días anteriores, en los que la columna motorizada, en la que voy agregado, avanzaba como una inmensa oruga de metal, atravesando sus tierras, sus vidas.

De la infinidad de huellas que la guerra dejaba a su paso, había una que en las casas, en las calles de cada pueblo se hacía palpable, una huella, en la mayoría de los casos imborrable. La pérdida, en la mirada de ancianos, mujeres y niños, se volvía física. En los pueblos que atravesábamos no veía rostro que tras el miedo y el rencor no reflejase ese sentimiento. Muchos se han grabado en mi memoria, sobre todos dos, dos rostros que me torturarán siempre.

Hace unos días nos detuvimos a descansar en un pueblo pequeño. Estaba compuesto en su mayor parte por casas, separadas entre ellas por pequeñas parcelas de siembra, parecía abandonado. Llevábamos un rato allí cuando comencé a ver siluetas tras las ventanas, parecían fantasmas intentando asustar al intruso que venía a profanar su eterna tranquilidad. Era mediodía. Las nubes estaban increíblemente bajas; provocando una sensación de bochorno asfixiante. Cada uno buscó el lugar más cómodo que pudo para descansar. Yo me dirigí a una casita, que tenía a la izquierda un pequeño terreno con un viejo olivo en el centro. En el umbral de la puerta había un anciano que me atravesaba con la mirada. El odio que trasmitía me hizo dudar, pero terminé preguntándole con gestos, si podía descansar debajo del árbol. Me miró fijamente durante unos segundos, pero se volvió y entró en la casa ignorándome. Me sentí increíblemente incómodo, ¿Quién era yo para profanar su intimidad? Más allá de la razón o sinrazón de la guerra, ¿quienes éramos nosotros para humillarlos con nuestra presencia?

Entré y me senté debajo del árbol. En ese momento el silencio era casi total, un silencio extraño, irreal. Me pregunté qué hubiese estado haciendo ese hombre un día cualquiera, sin guerra, sin invasión, qué sonidos habían sido desterrados por ese silencio impuesto. Imaginé al anciano, aquel enjuto ser de rostro moreno surcado de arrugas, labrando la parcela. Qué parecido eran la tierra y su cara, qué idénticos, aquel rostro arado por el tiempo, aquella tierra marcada de recuerdos. Me imaginé a niños jugando alrededor, a su señora, con traje y delantal, tocada con pañuelo gris, acercándole agua fresca.

Un ruido desde la puerta de la casa me devolvió a la realidad y me erizó la piel. Una señora con traje y delantal, tocada con pañuelo gris, se acercaba hacia mí. En la mano llevaba una jarra de cerámica, que me ofreció; era agua.

En aquel gesto, aparentemente samaritano, deduje precaución. Si me ofrecía el agua, no tendría necesidad de entrar a pedirla. Si no entraba, mantendrían su hogar a salvo. Era mejor saciar a la bestia.

Me incorporé y cogí el agua dándole las gracias. Detrás llegó el anciano, traía pan y algo de queso. Los cogí y también se lo agradecí.

¿Qué hubiese pasado si hubieran decidido cerrar la puerta y esperar dentro? Me lo pregunto y me lo preguntaré siempre, pero decidieron salir, acercándose intentaron alejarnos de sus vidas.

En sus miradas leía perfectamente, "tome, pero aquí no es bienvenido. Por su culpa nuestro hijo, nuestros hijos no están con nosotros, no están con sus esposas, no están. Descanse, coma y márchese". Y así hubiera ocurrido, pero hay bestias insaciables. Tres soldados que pasaban por delante de la casa los vieron ofreciéndome el agua y la comida.

«¡Eh, mirad! Aquí tienen hasta servicio», dijo uno de ellos.

Los ancianos se miraron y se apresuraron en volver a la casa. Antes de cruzar la puerta, el anciano se volvió y me miró. Sus ojos se me clavaron en el alma y ahí los llevaré siempre.

Los soldados cruzaron la valla que separaba la parcela de la carretera, me saludaron y entraron detrás de los ancianos.

¿Cuántas familias terminarán así, a causa de esta maldita guerra?

Bromeaban sobre el pésimo servicio del hotel. Todo parecía inofensivo hasta que oí, «¡anda!, pero si hay una buena moza», de repente todo cambió, a las bromas de los soldados se unieron las voces, seguramente de los dos ancianos. Aunque no entendía nada, ella parecía suplicar, él sonaba brusco, amenazador.

Voces, ruido de objetos metálicos, de repente un disparo, maldiciones de los soldados, gritos, llantos. Yo, que permanecía de pie, me fui acercando a la casa.

Los tres soldados salieron de la casa, uno de ellos, tenía la cara cruzada por tres arañazos y sangraba por la cabeza. Se marcharon sin mirarme.

Me detuve antes de llegar a la puerta, paralizado. El llanto de dos mujeres se mezclaba con dos palabras que repetían, como una letanía de dolor. No tuve valor para entrar, ni siquiera fui capaz de mirar dentro. Me giré hacia el árbol; allí estaban en el suelo, el pan, el queso y la jarra volcada, con el disparo las había dejado caer. El estómago se me revolvió. Me marché sin mirar atrás, me daba miedo y vergüenza encontrarme con aquel drama. No sabía en qué estado estaría el anciano, pero lo imaginé inerte, con la última mirada, fija hacia la puerta, una mirada llena de odio, rencor y perdida.

El sol sigue escondido, parece que espera a que nos marchemos para salir, como esas personas, que vamos dejando atrás, en el umbral de sus casas. Miro hacia delante, al enorme tablero de ajedrez lleno de peones, pero en lugar de reyes y reinas, detrás, veo ancianos labrando la tierra, ancianas tocadas con pañuelos grises, muchachas esperando amores y niños jugando. Siento admiración, los entiendo, los envidio. No sé cómo acabará esto, de lo que si estoy seguro es que, de una forma u otra, todos saldremos derrotados.


CECILIO GAMAZA: GANADOR PRIMER CONCURSO DE RELATOS "LAS CENIZAS DE WELLES" AÑO 2021
bottom of page