La primera vez que oí de la cuarentena creí que era un asunto de otros, allá muy lejano que no me concernía pero que, como película de ciencia ficción se iba acercando cada vez más a mí. El morbo por la desgracia ajena inundaba mi mente, plagada de demasiadas películas de zombis y seres de otro planeta.
Los pensamientos infantiles desaparecieron cuando el código rojo llegó a mi ciudad y tuvimos que quedarnos en casa “Después de todo puede ser cierto” pensé y acaté las órdenes que nos daban las autoridades. Toque de queda por unos días que acabaron siendo semanas. Al principio fue divertido hacer home office, eran como vacaciones, estaba tan acostumbrada a una rutina acelerada. Jornada laboral de 8 horas, cursos de actualización, compromisos sociales. Así que porque no darme un tiempo y parar la rutina agitada. Me convencí aún más de esto, un día al darme cuenta de que no me bajaba el periodo; rápidamente busqué entre mis artículos de limpieza y me hice una prueba de embarazo, ¡Dio positivo! Estaba emocionada pero no me atreví a decirle a Alfredo, mi marido. Esperaba poder confirmarlo con el ginecólogo, pero para eso tendrían que pasar unos días e incluso pasando los días la preocupación era atreverme a salir. No quería poner en peligro a mi bebé así que deje muy en claro para familiares y amigos que por nada del mundo intentarán visitarme y que si tenían paciencia en poco tiempo les daría una sorpresa.
Pasó la primera semana y yo me sentía excesivamente sedienta, la segunda semana comencé a sentir mareos y náuseas, estaba ansiosa por decirle a Alfredo pero los doctores recomendaban esperar al menos seis semanas para hacerse la primera prueba de sangre. A pesar de ello, sin duda mi cuerpo estaba cambiando, lo sentía más pesado y tenía unas ganas irrefrenables de comer carne cruda. Mi humor también era un desastre, pues Coquito mi perro caniche ni siquiera me soportaba y cuando me acercaba a él, me rehuía y las pocas veces que intente tomarlo de sorpresa para darle un tierno abrazo me gruño y casi me muerde. Pensé, serán solo celos de “Hermano mayor” y como si me entendiera le dije a Coquito “ya verás que cuando se conozcan se van a llevar muy bien”.
Esto nunca pasó, no hay tal bebé. Un día muy de madrugada, sentí una opresión en el pecho que me despertó; encima mío, una tripa sanguinolenta con rostro de forma humana me miraba detenidamente, mientras sonreía, como si tratara de reconocerme. ¡No pude evitar horrorizarme!, pero esta vez, no me desmaye. Tuve tiempo de recordar que dé la impresión ya me había desmayado varias veces y entre sueños recordaba que la primera vez que entre en shock, fue cuando vi como aquella cosa salía de mí y de un solo pero contundente golpe entraba en las entrañas de mi esposo y comía de él. Por alguna razón no podía despegarse de mí, pero tampoco lo intentaba, yo era una cómoda silla y mi marido el banquete principal que aún tenía movimientos compulsivos en sus dedos y sus ojos. Se los alcance a cerrar, mientras deseaba con todas mis fuerzas que sólo fueran espasmos inconscientes y ya estuviera muerto. Pasó mucho tiempo para que yo misma pudiera volver a reconocerme en medio de ese injerto que después de saciarse se arremolino dentro de mí. No lo pensé tanto, no tardaría en despertar buscando a la próxima víctima y a pesar del grotesco estado de mis entrañas no sería yo, pues seguía viva. Tome una faja de ejercicio y la apreté sobre mi cuerpo y salí corriendo para abrir la puerta a Coquito y que pudiera huir. El ente se despertó e intentó abrirse paso sobre la faja. Coquito no se dejaba agarrar y como pude lo sometí. Ni siquiera llegué a la puerta, me retorcía del dolor mientras el engendro se zafaba; sabía que no teníamos escapatoria e hice lo que a mi parecer era lo único que podía hacer para no ver a mi perro sufrir lentamente. Con todas mis fuerzas torcí el cuello de mi cachorro, un tronido seco y después nada. Aquella abominación por fin se escapó de mi interior y destripo a mi mascota.
Esta semana ha sido eterna, no sé conforma con los restos de mis seres queridos, quiere asimilarme de todas las formas, imita de un modo retorcido hasta mis creencias; hoy salió de mi vientre que es su guarida y me encontró rezando; y con su humor oscuro y sádico considero hacerme un crucifijo con los restos de mi perro.
Aprende rápido y entiende que, si me impide hacer la rutina diaria, alguien me puede extrañar en el trabajo y vendrán a buscarme a casa; él no quiere eso, necesita tiempo para adueñarse completamente de mi cuerpo.
Dulce espera: un relato que cumple las normas no escritas para concretar una narración de terror. Mi calificación es un 8.
Es un tipo de temática que atrae al publico que gusta de lo sangriento en extremo. Ciertamente es terrorífico y está bien redactado. Me gusta ese vocabulario moderno que está fuera de las obras clásicas, que a mi parecer ya tuvieron su momento en la historia. Hubo bastante creatividad de la autora. Le signo 7 puntos.
Un relato que puede dar más, atrae al lector pero no termina de satisfacer por entero, sin embargo deja resquicios para poder crear situaciones adicionales llenas de terror, el final no termina de resolver la historia. Mi puntuación es siete, esta bien escrito.
Dulce espera: Ante todo un cuento de terror debe ser creíble y este es pura ficción.-Además veo el comienzo confuso. Puntuación: "6"
Me parece que pretende mucho pero no logra .