Llevaba una punta de años Belisario X – no menciono su apellido por razones que más adelante se considerarán obvias- desarrollando su comercio u obra de bien, táchese lo que no corresponda. La necesidad, en su momento, lo llevó al visionario descubrimiento. Para ser más exacto fue debajo del puente Alsina, mientras daba cuenta de un oscuro mendrugo acompañado por los restos de un tetrabrick tinto y barato, cuando una idea lo recorrió por entero cual shock de 220 voltios. Pasado el primer lapso de estupor, conmovido hasta las lágrimas, Belisario X dio el primer paso hacia la concreción del proyecto, más que novedoso, único. Universalmente único. Fue, así como estaba, peor que mal trazado, hasta la casa de su ex esposa. Ruegos genuinos, jugosas promesas tentadoras mediante, logró proveerse de un par de pesos y, en todo caso, una probable socia.
Lo obtenido, en plata hablando, y sin revelar dato alguno de su ambicioso plan, le alcanzó para alquilar una piecita en Dock Sud, empilcharse casi decentemente, comer durante una semana y conseguir su primer cliente gracias a la prodigiosa madre fortuna, si es que existe.
A la vera del Riachuelo, en pos de la Isla Maciel, fue asaltado por la sorpresa y por un ladrón. Mejor dicho, aprendiz de ladrón, aunque el pobre tipo aparentara cincuenta años o más.
- ¡Ja! ¿justamente a mí me querés sacar un puto peso?
- No te hagás el pelotudo y dame la guita ¡ya!
- ¿Qué guita? gil, me das vuelta y no se me cae una moneda de 5.
- No te pongás difícil, guacho. ¡La guita! o te… - esgrimiendo un 22 corto.
- O me… ¿qué? imbécil, poco seso… tirá, tirá, nomás. Me hacés un favor, si ya estoy entregado, mi vida no vale un pedo, otario.
Bajando el arma, el tipo empezó a darle lástima y conversación. Le contó que después de treinta años ininterrumpidos de laburo en La Negra, un mes antes de que se jubilara, de la noche a la mañana, el frigorífico cerró, dejándolo en pampa y la vía, a él y a doscientos compañeros más. El sindicato bien gracias. Un reconocido juez de entonces cajoneó la demanda por orden de la patronal. No terminó ahí la cosa, el tango lastimero y lacrimoso duró casi hasta la madrugada, hasta que no se terminaron el segundo tetra, el nabo no dejó de hablar.
- Bue… si no te animás, viejo, te doy una mano, en serio te digo.
El frustrado ladrón le pasó el 22, mientras le agradecía con lágrimas de desauciado. Belisario, rápido pa los mandados, en una esquina oscura le metió el chumbito entre los labios y antes de que el chabón se arrepintiera, gatilló, ensuciando la pared de cal. En el suelo, a recontra quemarropa, gastó las otras cinco balas. Ni ruido hicieron. Revisó al tomuer hasta dejarlo desnudo. Mucha guita no era, sin embargo, Belisario pensó en pensar algo.
El muy turro, más bien, hiper lúcido, lento para la ira aunque sagaz para los negocios, se dio maña para conseguir otro préstamo de parte de su ex. Remodeló la casa que todavía era de ambos, abocándose específicamente al sótano. Con una cantidad considerable de esos cartones azules y abombados que acompañan a las manzanas en sus cajones, generó un espacio, si no muy amplio, sónicamente aislado. Sus escasos conocimientos de carpintería y electricidad le alcanzaron para su cometido: convertir un sótano inservible en su lugar de trabajo. No digo que el populoso barrio de Sarandí haya ganado algo más en cuanto a lo que prestigio se refiere, sin embargo el boca a boca, una línea telefónica clandestina y un poco de paciencia, convirtieron a Belisario en un emprendedor hombre de negocios que, oculto y cercano a la avenida Mitre y Suarez, fue cobrando renombre, primero en el bajo fondo para ir escalando posiciones hasta la cumbre de la alta suciedad.
El servicio que prestó Belisario, de ahora en adelante “el ayudador”, fue sencillo por lo insólito o insólito por lo sencillo. Como contracara de la inútil asistencia y ayuda al suicida, Belisario, el ayudador, ofrecía su asistencia a los doblemente cobardes y posibles suicidas. Digo, y lo sostengo, doblemente porque el acto de suicidarse es de cobardes que no pueden enfrentar dignamente la vida, claro está, pero no me vengan con el cuento de que la Alfonsina, la Pizarnik, Horacio Quiroga o Favaloro, sin ir más lejos, fueron valientes al momento de inmolarse. Eso cuéntenselo a Magoya, si lo encuentran. Y también cobardes por, creyentes, agnósticos o ateos, desoír el mensaje divino, querer reemplazar al Creador.
Por el sótano de Belisario, el ayudador, pasaron personajes de todos los estratos y cada cual con su capricho. Caprichos que Belisario cumplía con esmero y cobraba por adelantado según la cara del fulano o de la mengana de turno.
Hubo silla eléctrica, horca, cámara de gas, empalamiento, garrote vil, decapitación y un sinfín de berretines. A uno, en especial, le dedicaré los próximos renglones.
- ¿Crucificado? disculpemé, Padre, ¿está pensando lo que dice? vea que así usted mismo se cierra la puerta del Cielo.
- Ma que Cielo, Belisario, eso es para la gilada. No hay ni arriba ni abajo.
- ¿Qué? entonces ¿la Biblia es mentira?
- No, Belisario, no. Yo soy una mentira que camina. Que camina y encima predica. Y predico lo que no creo. Bah… ni yo me entiendo. Dios hace rato que no me dirige la palabra, tantas fueron las cagadas que me mandé.
- Mire usted, justo le iba a preguntar eso. En fin… ¿está decidido? ¿no lo quiere pensar mejor? se flagela unos cuantos días y listo, digo.
- ¿Para qué hablás si no sabés? mi Belisario querido, los planes del Señor…
- … son inescrutables, inesperados, indecibles y ainda mais.
- Exacto, mi estimado.
- Bien. Usted, Padre, va a querer que el asunto se lleve a cabo acá adentro, entre estas cuatro paredes, me imagino ¿o le estoy pifiando?
- Le estás errando de acá a Saturno, más o menos, hermanito.
El mecanismo del garrote vil, en su forma más evolucionada, consistía en un collar de hierro atravesado por un tornillo acabado en una bola que, al girarlo, causaba a la víctima la rotura del cuello. La muerte del reo se producía por la dislocación de la apófisis odontoides de la vértebra axis sobre el atlas en la columna cervical.
- Entonces… ¿dónde lo quiere hacer?
- En el jardín del frente de la Iglesia, hijito.
- ¡A la pelota! sí que me la hace difícil, Ernestino.
- Serás muy bien recompensado, mi Belisario querido.
- De eso no me cabe la menor duda, padre. ¿Bien recompensado? me parece que se queda corto, vea. Ultimemos detalles, Padre ¿cómo lo quiere?
- ¿La crucifixión?
- No, Ernestino, pregunté ¿cómo lo quiere?... ¿tinto o blanco?
- ¡Tinto! toda la vida…
- Lo de “toda la vida” se lo pudo haber ahorrado… digo.
Al ratito el ayudador apareció con dos copas y dos botellas de un cabernet sauvignon que para qué te cuento.
- ¡Qué te parió, Belisario! flor de totín, eh. Vos sí que sabes lo que es vivir. Y vivir bien…
- Se hace lo que se puede, Ernestino, lo demás…
- … se compra hecho.
- Tal cual, Padre, salú… - arrepintiéndose de lo dicho, el ayudador, y continuando – tengo bien pensado lo suyo. Desde que se vino con semejante pedido que no dejo de darle vueltas. Mire que me va a tener que ayudar, padrecito.
- Vos mandás, hermano.
- Bien, punto uno: voy a necesitar de una, que la feligresía me preste atención. ¿Por qué? se lo contesto, por si las moscas, que no me cruce un día con alguno que me apunte con “este se juntaba mucho con el cura” o cosas por el estilo que puedan poner en tela de juicio mi buen nombre y honor. No digo monaguillo, obvio, pero… qué se yo… su asistente, el que junta las ofrendas…
- Ningún drama, mi amigo. De acá a un mes, inmediatamente después de mi partida a algún lugar del cosmos, me reemplazás.
- ¡Epa! ¿no será mucho, viejito?
- Para nada, Belisario, tranqui. Buena parte de la curia, que digo favores, favorazos me debe. Y no te doy nombres para no comprometerte. Una burla papal y listo. El Padre Belisario comienza a pastorear sus ovejitas.
- ¿Burla papal?
- Caiste, boludito… burla por bula.
- Ah… ¿todavía se dan?
- Ponéle, mi’jo.
- Perfecto, Ernestino. Aunque esto me lleve a otro mangazo: me va a tener que dar un curso acelerado de catequesis o lo que fuere.
- Contá con eso.
- Bien, punto dos, en el lugar dónde haga el pozo, angosto y profundo, para que quepa el madero sostén, lo vamos a tener que disimular con un buen arreglo floral y, se me ocurre ahora, una vistosa placa de madera tallada con alguna frase en latín, cosa que cuando los tipos después lo vean a usted sacrificándose digan “ah, por eso el padre hizo lo que hizo”.
En noches de luna escasa y apuro cronometrado, Belisario y Ernestino, dejaron el lugar indicado en perfectas condiciones, esto es concluido el pozo profundo y angosto, colocado el arreglo floral que ambos prepararan con muy buen gusto, me atrevo a decir con exquisitez e instalada la placa de madera rústica, aunque labrada, con la archi conocida, al menos por todo cristiano/a que se precie de tal, frase bíblica “consumadum est”.
La feligresía fue habituándose a dos cosas importantísimas para que el plan de los complotados llegara a buen término: la vista renovada del jardín perfecto, arreglos florales y placa tallada incluidos y las prédicas del nuevo pastor, el Padre Belisario, como asistente del hasta ahí titular, Padre Ernestino.
Desde el primero hasta el último, el del domingo pasado para mayor exactitud, los mensajes de Belisario a los fieles fueron realmente inspirados. No digo por el Espíritu Santo, obviamente, aunque presumo alguna conexión con lo divino. Belisario se demostró como un verdadero actorazo, de esos que hablan las revistas de espectáculos. Inflamado de pasión, con un lenguaje sencillo apto para ser escuchado por cualquier mortal, el ayudador habló, en diferentes ocasiones, de los héroes de la fe, el martirio de los primeros cristianos, el pecado de Judas y su paga, el lavado de pies de Jesús a sus discípulos, el lavado de manos de Pilatos y muchos otros mensajes más.
¡Los fieles conmovidos hasta las lágrimas! El padre Ernestino, extasiado, pensó en dejar lo del suicidio para un mejor momento. Acicateado por su ayudador y reemplazante, abandonó la idea junto con su suerte.
Cierta madrugada el ayudador llegó a la Iglesia al volante de su 4x4, abastecido con todo lo que creyó conveniente. El laburito no se presentaba fácil, a decir verdad, de fácil no tuvo nada. Ayudándose con la semi oscuridad y el silencio, Belisario, el ayudador, fue dándole cuerpo a la escena. Con voz queda, llamó al Padre Ernestino con el celular. Llegó de inmediato el susodicho, descalzo, apenas cubiertas sus partes con un tapa rabos.
- Imagino que no querrá que lo clave a las maderas, ¿verdad?
- Imaginas mal, mi querido. Todo debe ser tal cual lo vivido por el Mesías en sus últimos momentos en la tierra.
- Bue… usted lo pide, usted lo tiene – bromeó el ayudador para distender la tensión del momento.
Con las maderas dispuestas en cruz, el ayudador, luego de haber flagelado al Padre Ernestino como Dios manda y colocada alrededor de la cabeza del sacrificado la corona de alambre de púas, Belisario acostó al Padre Ernestino a lo largo del madero. Valiéndose de abundante cloroformo y de largos clavos oxidados, le aplicó los mazazos que fueron necesarios. Le tapó la boca con un trapo empapado en vinagre, le clavó una punta de acero en un costado y, malacate mediante, izó la cruz. Desmayado de dolor, Ernestino no vio al ayudador en su retirada. Era la mañana del viernes.
Belisario esperó un largo rato estacionado en las medianías. Cuando notó que por la radio se daban los primeros acordes de la noticia insólita, se encaminó a la iglesia, su Iglesia.
Llegaron todos juntos, más o menos, la prensa, los fieles, los curiosos que nunca faltan y él, el Padre Belisario.
Sin tocar un centímetro cuadrado del lugar del hecho, las autoridades policiales y eclesiásticas se reunieron en la capellanía. El conciliábulo no duró más de lo necesario. Pidiendo a los jueces, fiscales, abogados, más tiempo para la toma de la mejor decisión, inducidos hábilmente por el ayudador, se decidió continuar el rito de los últimos días de Jesús. Claro está que Ernestino no resucitaría el domingo.
Se lo dejó expuesto a la vista de todo el que quisiera verlo, los hubo morbosos, piadosos conocidos, desconocidos, la prensa se vistió de catolicismo empachando a la audiencia de placer macabro.
El domingo, una casa funeraria muy reconocida se encargó de todos los detalles que un velatorio impone.
Colocaron el ataúd abierto frente al altar. La iglesia colmada de fieles y autoridades de toda clase. Belisario roció el cuerpo del muerto con abundante agua bendita.
Subí al púlpito, con la conciencia más que tranquila, de mi mano un alma perdida se ganaba un lugar en el Cielo. En eso pensé, yo, el ayudador, el Padre Belisario, mientras comenzaba a desgranar esta sentida oración:
- Padre nuestro que estás en el…
Fin
Un cuento fallido de principio a fin. CD Le doy 1 punto
Increíble, muy buena trama.
Me tuvo concentrada, que locura. Me pareció divertido leer el acento Argentino... Muy buen final. Un 9
¡Reciba mi cordial saludo escritor! He tenido al fin la oportunidad de leer su relato (son bastantes y me he distribuido el tiempo). Argentina es un país que amo muchísimo, de hecho, tanto su equipo de fútbol, como el de béisbol japonés son mis preferidos. Amo a los argentinos, y más allá de ello, su precioso dialecto, tanto como el español de España. Escuchar hablar a un argentino o cantar a un español es para mi un deleite. Su relato está preciosamente lleno de argentinismos que invitan al lector a profundizar en su cultura, pues el idioma junto con su riqueza de dialectos forma parte de ella. A veces me pregunto si con el dialecto argentino pueda suceder lo mismo…
Belisario el ayudador: Solo leí el comienzo, y está plagado de argentinismos incomprensibles para aquellos fuera del Rio de la Plata. Luego me desagradó el lenguaje.-No puedo dar puntaje.-