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EL SARGENTO CADÁVER: CUANDO LA LITERATURA TRASCIENDE A LAS PALABRAS




Es un honor, un privilegio y me hace mucha ilusión presentar en estas líneas a Rodrigo Martínez Puerta, un autor sobresaliente cuya obra EL SARGENTE CADÁVER, me ha robado el corazón, llevándome a lugares insospechados. La mejor novela que le desde Eutanasia en nueve actos y por tanto, de un nivel literario superior. Una novela reflexiva, con ecos modernistas, que no podrá dejarte indiferente. DALE UNA OPORTUNIDAD. Puedes acerté con ella a través de los siguientes enlaces de interés.



BIOGRAFÍA DEL AUTOR


     Nacido en Madrid el 21 de marzo de 1982 y licenciado en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid, Rodrigo Martínez es un escritor que ha ido compaginando sus experiencias profesionales —docencia tanto en Secundaria como en E/LE— con la narrativa a pesar de una vocación literaria algo tardía.


     En octubre de 2019 publica su primera novela titulada El sargento cadáver (Libros Indie) que fue acogida con excelentes críticas por parte de varias páginas web especializadas.


     Además de su producción novelística, también cultiva otros géneros como el cuento, uno de los cuales, El paraíso incendiado, le sirvió para alzarse con el Premio Navactúa 2019 de Relato Corto, entregado por la Concejalía de Mujer e Igualdad del Ayuntamiento de Nava (Asturias). En 2022 logra también el primer premio en la categoría nacional de la IV edición del Certamen Literario Clara Campoamor, organizado por la Junta Municipal de Distrito Retiro, con su relato 19:53. En 2023, la Federación de Salud Mental de Madrid, en sus VIII Premios UMASAM, le concedería el máximo galardón, en el apartado de relato breve, a su obra Una voz en la noche.


     Igualmente se ha atrevido con el microrrelato, arte donde se ubica Día uno, composición que obtuvo el primer premio en el III Concurso de Relato Corto de Peñagrande en 2021. Otro escrito suyo, Algodón, ganó el tercer premio del IX Certamen Literario Emilio Carrère en 2020.



RESEÑA



Este título es equívoco, lo sé, pues en ningún caso la literatura puede trascender, es decir, ser más allá de unas palabras que la sostienen, que le dan alas y la hacen grande. Pues las palabras son su fuente de energía y por ellas vive, respira o incluso, otras veces, muere en el olvido. Pero yo me refiero a aquel mágico momento en el que te acercas al fin y tras ese vocablo y el conjunto de todos ellos, la novela se ha quedado metida en tu piel ya para siempre, inundando desde el alma, como un veneno mortal y placentero. Y es que es ahí entonces cuando las palabras son secundarias y permanece la esencia, la reflexión, la raíz que son las historias que se cuentan, a pesar de un sinfín de letras que juntas en un papel forman un todo único e inmutable. Porque la novela de Rodrigo, la mejor que he leído desde EUTANASIA EN NUEVE ACTOS, la llevo y la voy a llevar siempre, tatuada en el corazón y en la mente.


A menudo he manifestado que para mí un título lo es todo y al mismo tiempo, no es nada en una novela. Es todo, como digo, en cuento que se comporta como resumen de lo que pretendes contar y, además, debe ser bandera y eje principal, tener chispa, elegancia, y resultar reflexivo. Y nada, porque a veces es un puro trámite, una cláusula más de un contrato, un quebradero de cabeza no ejecutado como aquel hilo suelto de la chaqueta que por mucho que tiremos, aún queda. Pues bien, yo creo que, si tuviera que bautizar con una sola palabra lo que he experimentado al leer la magnífica EL SARGENTO CADÁVER, lo tendría muy claro, pues no habría otras letras para definirla que EMOCIÓN. Ya que la emoción, aquel sentimiento humano de júbilo o desgracia, aquel sueño de Zeus o locura de Hades, es algo que nace en el corazón de las personas cuando, enfrentándose al arte, descubren belleza, armonía y equilibrio. Cuando, en definitiva, un libro consigue llegar, como buceador certero, al corazón y sus aguas, y aletear hasta cosquillear cada parte de aquella caja cúbica. Emoción, por tanto, sería la palabra, emoción sin más y sin menos. Pero una emoción que invita a otro vocablo sobresaliente, reflexión, una reflexión que nos atrapa, como cuando, desde lejos, contemplamos un cuadro precioso y nos damos cuenta de que somos pequeños ante la magnificencia de su autor.


No sé si fue o no su intención primera y lo cierto es que intuyo que no, pero esta novela de apenas cien páginas podría ser un libro de filosofía a la par que un estupendo drama satírico, podría ser una historia de terror, un cuento épico, una fantasía, una historia de amor e incluso por momentos, una obra humorística. Porque, aunque pueda resultar paradójico, el llanto y la risa, la vida y la muerte, la luz y la sombra, los moribundos y los fantasmas, la guerra y la paz, todos esos conceptos se confunden en una novela que tiene tantas capas como la cebolla, y que al ir descubriendo una, los ojos se van llenando de esa molestia propia de la citada verdura. Una sobredosis de sentimientos, aquella emoción de la que hablaba antes, que sólo puede convertirse en algo grande en las manos de una persona experta, capaz de dar vida a un personaje protagonista lleno de recovecos, un ejercicio casi actoral que bien debería valer el aplauso de todos. Un rascarse la piel a uno mismo y llegar a las entrañas para descubrir, desde las tinieblas y ataviado con una pluma, qué es lo que puede estar sintiendo nuestro protagonista y hacerlo de una manera tan honesta, tan sincera, sin caer en tópicos o clichés innecesarios, que parece increíble. Y eso, bajo mi punto de vista, sólo pueden lograrlo los que, por lo que sea, han, simplemente, nacido con talento…o se han atrevido a pasarse trabajando horas incansables, claro está.


EL SARGENTO CADÁVER me parece una obra modernista. Quizás no fue, en absoluto y no me extrañaría nada, la intención de su autor la de crear ni por asomo, una novela que recogiera elementos de esta nueva corriente literaria cultivada por primera vez en el efervescente Londres de finales del siglo XIX y principios del XX. El grupo de Bloonsbury, encabezado por autores tan destacados posteriormente como Virginia Woolf, Joseth Conrad o el mismísimo Janes Joyce, asentó las bases de un nuevo y arrollador estilo literario. Estoy seguro de que Rodrigo ha debido leer algunas de las novelas más célebres de algunos de estos autores. Sus características principales serían y por cierto, huyendo de la forma y los temas de las grandes novelas naturistas decimonónicas anteriores, la brevedad, la pulcritud, la invitación a la reflexión, los finales no siempre felices e incluso abiertos, el desarrollo del monólogo interior, el uso de flash back, el uso de un lenguaje rico en matices y recursos estilísticos, la predilección por temas filosóficos tales como la muerte, la existencia, Dios o el porqué de la humanidad, su moral y su ética, pocos personajes y pocas páginas pero muy intentas Todos estos elementos los he hallado de una u otra forma en la obra de Rodrigo. Y creo que si me equivoco es porque él mismo es un modernista sin saberlo.


En todo caso, hay algo más que está implícito en este tipo de obras y que he obviado para traerlo a colación en este párrafo y no es más que elegancia, una elegancia supina que lo envuelve todo, un estilo delicado a pesar de la crudeza de los hechos que se especifican y que forman parte de una atmósfera sublime. Esa elegancia de la que hablo, se encuentra, como no, en el libro de Rodrigo, un libro, que cuidado hasta el último detalle con un mimo increíble, concentra altas dosis de delicadeza, esa palabra que en el oficio de escribano y a pesar de las terribles circunstancias descritas, nunca debería ser pedante o fuera de moda. Porque la literatura de Rodrigo no es de este siglo, al menos no es una indigesta hamburguesa que se suele leer como el que se traga el Marca por la mañana, pero es infinitamente mejor. Porque tiene estilo, personalidad y pasión por las letras. Y porque, reivindiquémoslo de una vez, siempre debería ganar la buena literatura.


Un diálogo imposible entre un moribundo, superviviente en una batalla, y el cadáver de su sargento, una sucesión de flash back que ejemplifican el horror de la guerra y subrayan, de forma más intensa, las raíces, ya de por sí dolorosas, del drama. Y sentimos el miedo, el sufrimiento, la angustia, la incertidumbre, la soledad y el desasosiego de nuestro protagonista. Un soldado que hace auténticos alegatos en contra de la guerra y su sin razón, alegatos que llegan al corazón y que no son más que la imposibilidad de justificar una situación como aquella, unas puertas del hades que se le van abriendo poco a poco y que no entiende ni justifica. Y aparecen como fantasmas los recuerdos de su corta vida, la novia, la familia, las situaciones por las que ha tenido que pasar en el frente. Mención aparte en este sentido, se merece el capítulo llamado algo así como “Hila Kowon”, que me hizo llorar de la emoción, una vez más, y eso no lo consigue cualquier obra.


En definitiva, la mejor novela que he leído este año. Una de esas que te hacen vibrar con cada palabra y que se quedan en el alma para siempre. Una de esas que cambian mundos e incluso perspectivas. Aquí me hallo, aún muy vivo, pero ya en los huesos de tanta emoción a flor de piel. Gracias infinitas, Rodrigo.

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