Camille camina entre praderas libremente con el olor de la primavera bordeando su felicidad. Escapar de sus padres en las tardes de discusiones es su liberación. Especialmente cuando su única compañía es la soledad.
Contemplar el horizonte con el sol poniéndose, la distrae a sus diez años de edad. Para un anciano sería tan sencillo tomarla, con solo un poco de ternura en la mirada y el ofrecimiento de un poco de paz. Por ello el padre Mel la saluda con cariño y la arrastra cariñosamente a la capilla del pueblo.
En el silencioso paseo por la calle secundaria del pueblo, disfrutan mutuamente de su compañía.
La pequeña emocionada por su escondite, corretea entre las bancas sin distinguir: quien la tiene intensamente en la mira desde el confesionario.
El padre Mel lleva dos semanas detallando a la pequeña con esmero. Sus más bajos instintos produciendo sensaciones de conmoción, con la adrenalina recorriéndole. Tenía años sin sentir aquellas alteraciones; podría decir más bien que, tenía años sin sentir.
Aquella niña de cabellos rubios y mejillas sonrojadas, infravalorada por sus padres. Necesitaba tanto amor y él, cómodamente podría otorgárselo al dejar en el suelo de parquet aquel vestido azul pastel. Ése que limitaba la visión de su blanca y sedosa piel a únicamente brazos, manos y piernas.
Necesitaba alcanzarla. Ahora la tenía físicamente y mentalmente, pero no estaba seguro de llevar el control sobre sus emociones.
No sería complicado. Puesto que cada domingo, sus padres luego de la misa intentaban aminorar sus pecados con servicios a la comunidad, dentro del recinto. Lo que permitía compartir con aquella encantadora criatura lo suficiente, para lograr su respeto y cariño.
Lentamente abrió la puerta y se acercó a la chiquilla por detrás, para ser recibido con una inocente sonrisa cubierta de afecto. Con mucha delicadeza rozó sus brazos para ofrecerle consuelo, lo que fue recibido con atención y cariño. Sus manos ascendieron lentamente hasta los hombros mientras los azules ojos se llenaban de incertidumbre.
Era imposible para ella, comprender tanta reverencia proveniente del padre Mel. Quien cada día la buscaba en aquella pradera y la cuidaba hasta volver entrada la noche, para recorrer aquel camino. Conversando un poco de nada, hasta la puerta trasera de su humilde granja.
Ahora sus toques le parecían inadecuados, pero no podía perder también el tiempo con el padre Mel. Así que atemorizada, aceptó el afecto adicional que anteriormente no le había concedido.
Notando la concesión por parte de Camille, la abraza nuevamente alzándola del suelo. Ofreciendo un agradecimiento que la pequeña continúa sin comprender. Al dejarla de pie le recorre el pequeño torso con ansiedad, mientras la niña inmóvil voltea la vista hacia el confesionario huyendo de su pasmo.
En las semanas anteriores el compartir entre ambos se desarrollaba entre comidas, conversaciones o reparaciones en el pequeño templo, sin interrupciones. En su ingenuidad se pregunta: ¿por qué el padre Mel había cambiado en esta oportunidad su acostumbrado encuentro? O si, ¿alguien en esta ocasión los interrumpiría?
Por la confianza del padre, se aseguraba que no habría obstáculo de aquel desafortunado encuentro. Los hechos serían acaecidos, tal como llevaba semanas planificando. Además, sin oposición de la pequeña, no necesitaría más días para desarrollar la táctica de control sobre ella.
Tampoco en el pueblo habría quien la extrañara, pues sus padres no la notaban y el pueblo les rehuía a la problemática y extranjera familia. El único que la echaría en falta luego de conocer su amor, sería el padre Mel. Lloraría lágrimas de pena y dolor por perder a su pequeño ángel, la dulce compañía de sus tardes a sus sesenta años.
Retirándose la sotana lentamente con dedos acertados y seguros, no pierde de vista la reacción pasiva de Camille. Ella se afinca en la banca más cercana pero no logra moverse, en su ingenuidad el padre nunca le haría daño. Aprovechando la oportunidad, se acerca sin prendas que oculten aquel cuerpo grande y envejecido.
La niña trata de gritar pero las palabras se atoran en su chica garganta, drenando lágrimas de terror. Observa su lento acercamiento y su cuerpo transpira, mientras su infantil mente se nubla. Por fin llegando a un espacio muerto de pena, el padre se beneficia para acariciar el pequeño cuerpo con ansia.
Retira las lágrimas e intenta consolarla con palabras de calma que la criatura no comprende. Retirando a su paso los trozos de tela que la separaban de su pequeño ángel, disfruta entre mimos y besos a la blanquecina piel.
En aquel momento, la niña desconcertada comienza a golpearlo con sus pequeños puños, mientras su voz resurge en eco. Con la esperanza de la interrupción de unos padres que no la valoran, la pequeña aprieta sus manitos de dolor ante aquel desconcertante impulso tomado por el padre. El silencio la condona nuevamente y su mirada se pierde ante un Cristo que no la protege.
Una vez degustado el pequeño cuerpo de Camille, la arrastra con su enorme mano sudada aun en su pequeña boquita. La niña que ha quedado muda del dolor se deja llevar hasta la casa del padre, quien la tiende en el suelo de la cocina con sumo cuidado.
El padre Mel sin perder de vista a la pequeña agarrotada de frío y temor, toma un cuchillo de carnicero y lo acerca lentamente. Termina de desprender la prenda azul y comienza el recorrido, deslizándose hasta la tersa piel.
Roza su delicado cuello dejando un ligero rastro carmesí. La niña con los ojos abiertos y lágrimas de desolación atina un último suspiro. Mientras el padre con vivaz mirada acierta una exhalación de satisfacción que lo recorre por completo.
El afilado cuchillo comienza el proceso de mutilación, con aquellas manos ensangrentadas y cubiertas de vellosidad.
Los ojos sin vida de Camille, transmiten tanta miseria y a la vez lo condena con un escondido perdón infantil. El padre Mel intenta cerrarlos, pero la pequeña insiste en mantenerlos abiertos. Y aunque intenta apartar la vista, siente que lo persigue en aquel silencio.
Mientras prosigue con el procedimiento, lame la sangre de sus manos y acaricia lentamente los rizos rubios. La observa aun con vanidad y deseo, a pesar de casi terminar el trabajo con los miembros inferiores. Se acerca a la despensa y pilla una bolsa de basura, detallando restos desperdigados por toda la cocina.
Dedicaría la noche entera a limpiar su crimen.
Comienza por envolver trozos de brazos, piernas y cabeza en papel de cocina, mientras en una bolsa introduce el cuerpo de la cría. Una vez cubiertos, toma otra bolsa y los guarda para luego terminar su labor.
Una leve brisa caliente entra por un resquicio de la ventana y el cuerpo desnudo del padre comienza a temblar. Toma un viejo paño de cocina, lo humedece y limpia con detergente su cuerpo, fregando los residuos de su excitada noche.
Retirándose a su habitación, deja rastros de pisadas con sangre. Más tarde se ocuparía de ello.
Proporcionándose un baño, disfruta recordando cuanta adrenalina y placer recorrió su cuerpo durante aquellas horas. Luego de treinta y seis años y de aquellos votos infernales, era la primera ocasión que se permitía aquel placer.
Siente que vuelve a ser joven y podía demostrarlo conforme al potencial que apenas renacía. Acercando la toalla y secándose, piensa en cuanto goce podría recuperar.
Sale hasta su habitación y toma unos viejos pantalones negros de la cama. Recordando que debía asear la capilla y retirar la sotana, sale nuevamente a la cocina sin camisa. Culminando de abrochar el pantalón, visualiza en el espejo del pasillo el cuerpo que, aunque envejecido mantiene definido aún.
El padre Mel diariamente colabora con la población, trasladando y cargando enseres de la escuela y comunidad. Una ardua labor que, sin duda lo mantendrá alejado de acusaciones.
Decidido a borrar cualquier huella, carga los restos de Camille hasta el viejo pozo de agua que antes surtía a la comunidad. Aquel pozo que, dejó de funcionar veinte años atrás en la parte posterior de la capilla. Aquel pozo que, el personal de la comunidad por ser tan mínimo, nunca logró tapar.
Una vez desechado el cuerpo, comienza un aseo muy detallado de la casa y santuario. A las seis de la mañana con la llegada de Bernabé el padre aún se siente revitalizado, a pesar de las labores del impecable espacio.
Aquella señora encargada de la limpieza no estaba sorprendida del madrugador trabajo del padre, pues acostumbraba dejarla sin quehaceres. Su sorpresa fue la vivaz y risueña actitud, parecía haber consumido la vitalidad de una joven criatura.
Saltando con alegría aquel acontecimiento, transcurrieron los días y semanas. Entre tanto los padres de Camille, aquella pareja de gringos que llegaron al pueblo por excursión, continúan sus discusiones. Ahora, por culparse de la desaparición de su hija Camille.
Así se presentaban los días en el pequeño pueblo de Ayquina. Hasta que un mes después de la desaparición de Camille, se ha ostentado un nuevo y preocupante caso. La semana pasada, la familia Montes denunció la desaparición de su pequeña morenita.
La niña que correteaba diariamente por los cultivos familiares, no retornó la noche del viernes. Trayendo preocupación a la pequeña comunidad y a los pocos agentes policiales de la zona. Ahora tras la pista de Camille y Andoma, la policía desarrolla el caso del Monstruo de Ángeles.
Afortunadamente, la comunidad entristecida sabe que cuenta con el consuelo del padre Mel. Entonces para calmar sus penas en la misa conventual, claman por la aparición de las pequeñas y los asistentes solicitan:
–Denos su bendición padre Mel.
A lo que el padre responde, bendiciendo con una cálida voz y calculadora mirada:
–Dios me los bendiga, hijos míos.
Cruda realidad que en ocasiones quisiéramos eludir...
Le doy 10 puntos
Un estilo muy infantil que deja mucha que desear No me convence para nada CD Le otorgo tres puntos
El Monstruo de Ángeles: Una historia bastante cruda y terrorífica por donde se la mire. Unas niñas víctimas de su inocencia ante un hombre de sotana, que lejos de cuidar de su comunidad, sólo da rienda suelta al monstruo que lleva dentro y que solo piensa en satisfacer sus deseos más oscuros y reprimidos, bajo el disfraz perfecto,ante una comunidad ignorante de la cruel verdad. Yo le doy un 8 👍
Es demasiado bueno, tanto que revivió mi maldita rabia, porque esa historia fue real hace 15 años en mi ciudad. Un maldito sacerdote pedófilo hizo eso con un niño. Un 10
El monstruo de Ángeles: estimo que es un relato perfecto, mi calificación es un 10.