Miguel era un granjero que comenzó a soñar con tener su propio rancho y cuidar su propio ganado. Siempre pensó que sus superiores no agradecían su esfuerzo por mantenerse a rajatabla con todas sus obligaciones, y entonces estaba seguro de entrar al negocio del ganado, sólo necesitaba un terreno suficientemente grande para su ambición. Su esposa María no estaba tan segura, ella no entendía de inversiones y arriesgar todo el dinero que les costó ahorrar en cinco años le parecía una horrenda idea. De todas formas, Miguel haría lo que le diera la gana con el dinero de la casa.
En el sur de Puerto Ordaz, y muy lejos de la ciudad, estaba el rancho Ojara. Un terreno sospechosamente barato pero que cumplía con las expectativas o más de lo que se imaginó Miguel. Un guajiro de cuerpo flacuchento y con ropa sucia, lo esperó fuera del rancho, era el encargado de hacerlo firmar el contrato, porque al parecer el rancho le pertenecía a una familia guajira, pero ellos nunca vivieron ahí, fue habitada por unos ancianos que se cansaron de vivir en el rancho, dijeron en el anuncio. Miguel se acerco en su camioneta, le hizo un ademan con la mano dándole permiso para pasar, el guajiro no se movió. “N-no señor, aquí fuera” dijo tartamudeando. Miguel entendió que no sabía muchas palabras. Bajó de su camioneta y le dio una mirada obstinada. “¿Por qué no quieres entrar?”, y respondió tartamudeando que su jefe no les permitía pisar ese rancho. Miguel le arrebató las hojas de sus manos, no puede leer pero pretendía que saber que lo hacia. Firmó y le entregó en sus manos cinco años de arduo trabajo en efectivo.
La granja Ojara era un sueño rodeado de matorrales salvajes de bosques. Miguel estaba seguro de que no solamente cumplió el sueño de tener su propiedad, sino también el de tener su propio ganado. Cuando Miguel le dijo el precio a María también le pareció sospechosamente barato, pero Miguel insistió en que el precio estuvo perfecto y que el convertiría ese rancho en una mina de oro.
Miguel, con su esposa y sus dos niños se mudaron al rancho Ojara, los niños estaban especialmente felices porque su padre les prometió unos columpios y a María le prometió un lugar donde ella pudiera realizar trabajos de jardinería.
El terreno era grande, desde la cerca hasta la casa era un camino largo. Sólo se escuchaba el viento y la arena que levantándose en todas direcciones. Las llaves estaban guindadas en un clavo en la pared, sin temor de que alguien se las llevara. Eran muchas llaves para una casa tan pequeña, la puerta principal estaba llena de cerraduras de arriba abajo. Un rato después, consiguieron dar con las llaves de todas las cerraduras. Al entrar, María les dijo a los niños que podían escoger una habitación para cada uno y ellos hicieron una carrera. El piso era de madera y crujía, eso le encantaba a Miguel. María intento abrir una ventana, buscó la cerradura y entendió que no era una cerradura común, también tenían llaves, su hijo regresó le dijo que las puertas de los cuartos estaban cerradas también, y así, todas las puertas y ventanas de la casa. María le dio esta mirada a Miguel, pero el dijo que los ancianos que vivían allí antes eran paranoicos o sobreprotectores.
Esa misma tarde, llegaron al rancho cuatro vacas y dos terneros. Su familia se quedó a acariciarlas y a darles comida mientras María regaba las plantas en su pequeño huerto. De lejos avistaron un animal, pensaron que se trataba de un lobo, corría rápido y en círculos, muy enérgico, María no tenía un buen presentimiento. Poco a poco se acercó a ellos y pudieron darse cuenta que era grande, su cara tenía forma de perro, pero su cuerpo era alargado y flacuchento como el de una persona. Miguel se acercó a interactuar con el, el animal fuese lo que fuese, estaba acostumbrado a ver personas porque no parecía estar asustado de Miguel. Aún pensando que se trataba de un lobo, el animal olfateó el aire y corrió brincando como un canguro hacia el ganadero. Miguel corrió torpemente detrás de el con su escopeta y tropezando con piedras, al llegar a la ganadería el lobo sostenía en su boca a un ternero por el cuello. María gritó enseguida a los niños que entraran a casa. Miguel disparó, pero no pasó nada, el animal ni siquiera se inmutó. Un disparos mas en su estomago. Nada. El ternero siguió dando gritos casi como una persona. Un disparo más. El lobo lo soltó en el suelo y el ternero se fue corriendo. El lobo huyó saltando como un canguro y no lo vieron mas. “¡¡Mierda!!” fue lo único que le dio para pensar a Miguel.
Miguel entendió por qué en la casa tenían tantas cerraduras. Se hizo de noche y los niños no quisieron dormir solos después de ver al lobo, así que ahora dormirían con María mientras Miguel vigilaba el terreno. A punto de quedarse dormido frente a su ventana, vio a lo lejos una luz como la de un auto pasando que le alumbró el rostro. Salió de la casa con la escopeta cargada y vió como la luz se alejaba de él, siguió acercándose a ella como si lo llamara. No podía ser un auto, no escuchaba ningun motor. La luz lo llevó fuera del rancho y lo hizo caminar por la extensa carretera que llevaba a la avenida. Caminó hasta el punto de trotar, el camino se hizo mas largo que de costumbre. Apresuró aun mas el trote y se preguntó de donde provenía esa luz, y de un momento a otro, la luz se alzó a la altura de los arboles y se fue rápida pero silenciosamente en dirección al rancho Ojara. Cayó un diluvio esa noche, y al llegar al rancho, Miguel corrió a la ganadería al ver las puertas abiertas, las vacas estaban enloquecidas con algo que estaba caído en el suelo: un ternero abierto a la mitad, abierto sin más, sin sangre derramada por ningún lado.
Miguel dejó caer el ternero en la mesa de la cocina como un saco de papas, María le perdió el asco a ver un ternero muerto, está acostumbrada a la vida en los ranchos. Pero la tomó por sorpresa la abertura de su cuerpo y de que apenas tenía piel colgando. Enseguida pensó lo mismo que Miguel, no pudo haber sido un animal, era mas bien como si un cirujano con buenas herramientas le abrió el estómago. Y esto lo pudo notar incluso unos granjeros como Miguel y María.
Miguel le pagó una visita a la granja de los guajiros que eran propietarios del rancho Ojara. El jefe guajiro era grande y corpulento, le dio la espalda a Miguel al negarle la entrada, pero ellos no dejan entrar a cualquier en su territorio, sus mentes están llena de supersticiones y no siguió escuchando las palabras de Miguel. “¡La luz!” gritó y todos se detuvieron. Continuó “En la noche, vi unas luces, y yo… las perseguí, cuando volví a mi rancho, un ternero estaba abierto a la mitad…”. El jefe lo hizo pasar. Bajo un árbol había botellas de cacique 500, un ron fuerte de Venezuela. El guajiro refunfuñó entre dientes unas palabras y le señaló una silla de mimbre a Miguel. El hombre encendió un tabaco, lo carburó en su boca gruesa y escupió un liquido amarillo lejos de sus pies. Miguel entendió que era una familia de brujos, muy común en guajiros, y cuando iba a hablar, el guajiro le escupió una bocanada de ron en toda la cara. “Eres un hombre sucio”, le dio una calada al tabaco y escupió todo el humo en su cuerpo. Se levantó y sostuvo su cabeza hasta apretarle sus yemas, Miguel intentó mirarlo pero el indio no lo dejó moverse, recitó unas palabras susurrando mientras siguió fumando y caminando a su alrededor. El tabaco estaba por terminarse y de el salió una figura que sólo el jefe podía entender. “Rancho – Familia – Demonios – Destrucción” fueron las palabras que salieron de su boca. Miguel les dedicó a todos una mirada adusta y obstinada, “Ya entiendo lo que tratan de hacer”. Limpió su rostro lleno de saliva y ron y se levanto.
“Nos intentan asustar esos malditos” le dijo a María. “¿En serio?, pero ¿por qué?”, “Compramos su lote y ahora quieren asustarnos para que nos vayamos de aquí y volverlo a vender”. Miguel le contó sobre las luces que había visto en la noche, “Tuvieron que haber sido ellos María”. “Entonces ellos encendieron una… ¿luz?” “Si una luz” “¿Para distraerte fuera del rancho y que al llegar consiguieras al ternero abierto?”, “Si María, tienes que creerme”, “Eso es una locura, ¿por qué no se llevaron al ternero y ya está? O ¿por qué no se robaron las demás vacas?”, “Son guajiros María, y ademas el jefe de ellos es un brujo, me escupió en la cara con ron y fumando tabaco sólo para decirme que este rancho iba a ser nuestra destrucción, pero no señor, no me asustaran en mi propio terreno”.
Al cabo de un par de meses, Miguel invirtió mas dinero en ganado y consiguió dos perros guardianes. Las anomalías se detuvieron por un par de meses, hasta que una noche los perros ladraron como bestias. Miguel salió de su casa y los vio ladrar en dirección a los matorrales del bosque. Era esa luz de nuevo, pero esta vez se distorsionaba todo a su alrededor como un agujero negro. Hizo un ademan con la mano dándoles permiso de correr a los perros, el se quedó detrás de ellos. Cansado para seguir corriendo, no escuchó mas a los perros ladrar y la luz en el bosque se apago. Llamó a los perros, pero no obtuvo respuesta, echo un tiro al aire. Su corazón latió a millón por minuto. Se detuvo fuera del bosque, no quería entrar allí, no de noche. Silbó, y vislumbro uno de los perros, Miguel se agachó a abrazarlo, esperó por el otro, pero no había caso, no regresó y volvió con prisa al rancho. Durante el día, Miguel entró al bosque con su hijo en busca del perro. Encontraron huellas que los llevó a un rio, las huellas cruzaron el rio, y después no consiguieron mas nada, como si el perro hubiese dado un salto de veinte metros hacia cualquier dirección. Sin mas respuestas que buscar, el perro desapareció.
Las cosas continuaron de mal en peor en su familia. El rancho aún después de cinco meses no producía nada de dinero, y todo lo que tenían para continuar era el trabajo de cajera de María, donde su cara huesuda y demacrada no la dejaban bien parada, hasta sus compañeros le dieron una charla de la importancia de verse “limpia” en el trabajo.
Al cabo de un año, se encontraron en su peor momento, catorce vacas desaparecidas a este punto, María perdió su trabajo en el banco y a los niños les estaba yendo mal en la escuela. Miguel se había llevado a los niños a bañarse en un rio y ella odiaba quedarse sola pero se ocupó en preparar una sopa, los esperó dentro de casa con todas las cerraduras puestas. Picó las verduras y una vibración como la de un tractor en funcionamiento, hizo que su pulso fallara, no podía seguir picando, todo estaba temblando en ese momento. Quizo salir y abrió todas las cerraduras de la puerta y al tocar la tierra descalza pudo sentir bajo sus pies la vibración de forma mas intensa, ella se imaginó que una maquina excavadora se acercaba mas a ella pero no la podía ver. Recorrió el terreno cuando de repente y sin darse cuenta, su cuerpo cayó en un agujero gigante. Se raspó la cabeza y las rodillas. Miguel llegó al cabo de veinte minutos y la ayudó a traerla de vuelta a la superficie. Una vaca más desapareció en ese momento.
Eso fue la gota que derramó el vaso para María, no hay cuerpo que aguante un mal de esos. Al cabo de dos semanas, los niños se mudaron con sus abuelos mientras María y Miguel lograban vender las dos vacas que quedaban. Ellos estaban cansados, sobretodo María que mantenía un lema en su cabeza: “sólo son dos vacas”, y en cualquier momento les podía llegar el mismo destino que a ellas. Miguel apagó su cigarro cuando su pequeña radio comenzó a sonar una interferencia, la golpeó. Unas luces, de nuevo como las de un auto alumbraron dentro del rancho. Miguel buscó su escopeta y la recargó, “María quédate en la cocina y no te muevas” gritó. Ella no respondió. Abrió las cerraduras de la puerta y apuntó en todas las direcciones, pensó que eran los guajiros, pero entonces la misma luz, esta vez mas intensa, salió del cielo levantando con brisa la tierra y las hojas secas del suelo, apuntó con la escopeta y disparó dos veces. “¡Miguel! ¡Ayuda! ¡Ayuda!”, gritó María. Miguel corrió hacia ella y al entrar todo estaba de cabeza en el suelo, la luz era tan intensa que podía ver todo con claridad. Llamó a María varias veces pero no contestó y fue cuando un ruido agudo le taladraba la cabeza, tapó sus oídos pero no tenía caso, lo seguía escuchando. Se agachó apretando los dientes y arrugando la cara. Las ventanas se rompieron y los vidrios cayeron en su cabeza. Todo se apagó y quedó en silencio. ¿Acabó todo? Con miedo a abrir los ojos, vio un lápiz que levitar y pegarse en el techo, luego un pedazo de vidrio, luego una lámpara, y ahora, el cuerpo de Miguel se levantó del suelo hasta golpear el techo como si un imán gigante lo sostuviera su peso. Cayó al suelo y después del impacto se vió el mismo desnudo un cuarto blanco y con luces cegadoras como las de un quirófano. Escuchó los gritos a lo lejos de su mujer, María gritó al sentir unas manos peludas con dedos alargados y el ardor de unas tijeras cortando su piel.
Lo dijeron en las noticias: Las autoridades registraron el asesinato de María del Carmen de Palmar por su esposo en el rancho Ojara. Los vecinos en la comunidad dijeron haber escuchado ruidos y gritos inusuales en la zona y enseguida llamaron a las autoridades. Al entrar en la propiedad, la policía dijo nunca haber visto nada parecido. El asesino que lleva por nombre Miguel Palmar yacía en el suelo desmayado y a un costado el cuerpo de una mujer irreconocible con la piel desgarrada. María de Palmar la encontraron abierta de cuello a estómago al lado de su esposo el asesino. Miguel Palmar fue arrestado y llevado a un asilo.
Se sigue con interés la historia, aunque tiene errores al escribir. Y no me esperaba el final, pero es bueno. Le doy 7
Muy mal escrita y muy previsible CD Le otorgó tres puntos.
El enigma del Rancho Ojara: un relato que pudo haber sido mejor escrito para lograr un mejor clima, un final acorde, una historia ordenada. Mi calificación es un 5.
El entorno de la historia me pareció fantástico, y muchas de las descripciones de los personajes, sin embargo pienso que en esa prosa amplia debió haber mayor claridad. Animo al escritor que lo pula un poco más, pues puede lograr muchísimo más. El talento lo tiene, debe darle potencia. ¡Le otorgo 6 puntos!
Entretenida y confusa.
Pero con molestos errores de ortografía que cortaban el ritmo de la lectura
Puntuación: 3