En un pequeño pueblo de unos mil habitantes, que estaba ubicado entre monte y sabana, y sólo durante las vacaciones escolares, semana santa, agosto y diciembre, casi duplicaba la población con los visitantes que iban de las ciudades a ver familiares y amigos. Ésto daba mucha vida y alegría al pueblo en general.
Las vacaciones de agosto eran las menos atractivas por causa de las lluvias, y por su larga duración de dos o tres meses. Ésta era la situación algo aburrida para un grupo de jóvenes estudiantes de la capital, que habían venido de vacaciones, encontrándose -ya a las dos semanas-, bastante aburridos con lo poco que había para divertirse.
María, quien era estudiante universitaria, y cuya familia residía en el pueblo, propuso a su grupo una reunión-fiesta, aprovechando una casa de campo que tenía su mamá en las afueras del pueblo, próxima al monte profundo, y que ahora estaba vacía, ya que la mamá estaba de viaje.
Así es que Arnaldo, el Negro, Antonio, César, Eufrasio y Leo; acompañados de María, Blanca, Hilda e Irma, llegaron temprano al lugar, cargados con licores, comida, juego de dominó y otras cosas. Leo y Arnaldo llevaron sus armas: dos rifles, dos pistolas y una escopeta pajilla; pues tenían planeado salir a cazar por la noche, unos patos canadienses que pernoctaban en el lugar al pasar en su vuelo migratorio.
En la reunión todo iba a pedir de boca: chistes, cuentos, juegos de dominó, cartas y muchos tragos. Lamentablemente en el pueblo había luz eléctrica hasta las 11 de la noche, hora en la cual, después de un bajón, -a manera de aviso-, apagaban la planta, y todo el pueblo quedaba a oscuras, con la excepción de la que proporcionaba una que otra vela o lámpara de batería.
La casa de la fiesta quedó a oscuras, así que encendieron unas lámparas de carburo para iluminar débilmente el lugar. A media luz, los que eran novios o pareja se pusieron románticos, razón por la cual quedaron aislados Leo y Arnaldo, los fanáticos de la cacería, que para la ocasión andaban sin sus novias, se pusieron a jugar un dos de dominó, lo que pronto les aburrió, y decidieron tomar sus armas, botas de caucho y otros aperos, para salir a la fácil cacería de los gansos canadienses. Se calaron: Arnaldo con la escopeta pajiza y una pistola Luger alemana; y Leo con un rifle 25 Winchester y una pistola 9 mm Browning. Una vez listos se despidieron de las parejas de enamorados, diciéndoles:
-Aquí les dejamos un rifle; está cargado, así es que ¡no jueguen con eso!
María fue quien respondió:
-Está bien, aquí no pasa nada, pero ustedes cuídense mucho, en ese monte siempre pasan cosas extrañas, ¡cuídense!. Y se separaron Arnaldo y Leo de sus compañeros.
Los cazadores se alejaron por un plan de sabana de unos 100 metros -un terreno pantanoso cubierto de hierbas-, dejando atrás un corral con algunas vacas, un gran gallinero y la modesta casa de bahareque. Se colocaron lámparas de frente y chequearon todo el equipo para entrar al oscuro y amenazante monte, que estaba muy inundado por las tenaces lluvias. El agua les llegaba al borde de las altas botas, y los pies se hundían en el grueso fango, ésto dificultaba mucho la marcha. Se habían adentrado quizá un kilómetro, cuando ambos se dieron cuenta de que había un raro y profundo silencio con una ausencia total de fauna. Así llegaron hasta unos altos arboles donde solían pernoctar los “patos” en su larga migración, mas no habían llegado, todo era silencio, ambos cazadores se pegaron al tronco de un gran árbol a esperar la llegada de las majestuosas aves. Allí estuvieron más de una hora, hasta que al fin vieron venir una bandada de ellos; pero en la medida en que se acercaban empezaron a oírse unos fuertes golpes, como si alguien sacudiera una pesada rama contra el tronco de algunos árboles.
Los gansos que ya estaban posando sobre las copas de los árboles, repentinamente alzaron el vuelo, como si algo los hubiese asustado, y se perdieron en la distancia. Arnaldo, quien era el más experimentado en la selva de los dos, murmuro en muy baja voz:
-Hermano, ¡creo que tenemos un mono espantando la cacería!, prenda la linterna grande, y vamos a buscarlo en las copas de los árboles. Leo le respondió:
-Bueno vamos, pero no creo que un mono pueda dar un golpe tan duro en los árboles.
Con las linternas encendidas comenzaron a escrutar en las ramas más altas. Arnaldo dijo:
-allí esta escondido en una trama, véalo bien para que le dispare.
-Ok ya lo vi, voy a cambiar de balas; está detrás de una rama que le voy volar con una dum dum.
-Ok -dijo Arnaldo- todo listo.
Leo puso una linterna magnética al rifle y apuntó con toda calma, disparó, y la rama que ocultaba al mono araña voló en mil pedazos; cosa que enfureció al mono y se vino por las ramas en un arranque agresivo dando pavorosos aullidos. Se aproximó a unos 20 metros, mientras Leo lo mantenía en la mira y a puno para dispararle si se acercaba más; pero en ese momento se escucharon nuevos golpes en los arboles y el enfurecido mono, de manera inexplicable, huyó despavorido como alma que lleva el diablo. Ésto puso la piel de gallina a los jóvenes intrépidos, que se aventuraban, en la espesa selva, sin miedo a nada. Luego apagaron las linternas y esperaron un rato a ver que pasaba con los gansos.
Arnaldo sugirió: -vamos a otro lugar, aquí no vamos a lograr nada-, y lámpara en mano empezaron a desplazarse hacia el este en la intrincada selva, mucho más alerta y algo nerviosos por las cosas extrañas que ocurrían. Leo hizo un alto y dijo:
-Para un momento y escucha bien-, y entonces ambos oyeron pasos de algunos animales grandes en el agua y el fango. Tal vez era ganado; no se podía ver nada, sólo arboles, sombras y agua por todas partes. Siguieron unos 200 mt. más atentos a cualquier ruido o señal, y llegaron a la conclusión de que estaban siendo asediados, rodeados, o perseguidos por uno o varios animales, tal vez depredadores. También el lugar se fue impregnando con un olor pestilente desconocido para ambos. De esta manera decidieron regresar a la casa donde estarían más seguros.
El regreso fue muy lento y penoso, peor cuando empezó a llover fuerte, impidiendo la visibilidad y el avance. El ruido de la lluvia y los truenos les impedían oír cualquier otra presencia. Se detuvieron largo rato bajo un frondoso árbol que les dio protección mientras amainaba la tempestad. Sus luces no les permitían ver más allá de unos 30 mt., no había nada ni nadie.
Al fin, penosamente, continuaron avanzando hasta llegar a la casa de la fiesta: ¡que horrible llegada!, no había nadie, sólo gallinas sueltas por los alrededores de la casa, ¿donde había ido la gente? ¡que angustia! Penetraron en el salón abierto donde habían estado horas antes. Allí había muchas cosas regadas por el piso. Las carteras de las mujeres estaban en el lugar donde las habían dejado; el dominó, vasos, botellas, todo tirado; el rifle estaba sobre una mesa; casquillos por el suelo. Todo junto a una media pared que daba al patio....
-¡Dios mio! ¿qué ha pasado aquí? -dijoArnaldo-
-no tengo ni idea-, replico Leo. Vamos a las habitaciones, tal vez encontremos algo peor, no sé.
Ambas habitaciones estaban vacías, y en orden. De repente detrás de un gran baúl apareció un asustado niño, un hermano de María que no se sabía como había llegado a ese sitio. El niño tenía unos doce años, Arnaldo lo conocía, se llamaba Pedro, y para ese momento estaba en Shock, aterrorizado. Los dos jóvenes lo tomaron por los brazos para calmarlo, y lo sentaron en una silleta de cuero. Al cabo de media hora el muchacho pudo hablar para contar lo ocurrido y contestar las preguntas que le hacían Arnaldo y Leo. El niño llorando empezó diciendo:
-Yo vine para casa de mi mamá cuando supe que ustedes venían a hacer una fiesta; quería saber que hacían y me escondí en el cuarto de mi mamá. Allí estuve oyendo todo y mirando por la ventana que da al patio, pero de repente todos los animales se alborotaron. Las reses saltaron las empalizadas; las gallinas volaban por todas partes; chillaban los cochinos, y las mujeres empezaron a gritar, yo no podía entender nada de lo que ocurría, estaba demasiado oscuro.
Alguien empezó a disparar hacia el patio mientras todos gritaban muy fuerte. Al fin terminaron yéndose al pueblo a toda carrera, y yo me quedé solo y me escondí detrás de un baúl. Había un olor muy feo, como a cochinera, algo muy malo que no podía aguantar. Después empezó a llover, y todo se calmó, pero yo estaba muy asustado y me quedé escondido, hasta que ustedes me encontraron.
-¡Demonios! -exclamo Arnaldo- -ya me imagino lo ocurrido: mucha gente del lugar me había comentado de la existencia de Pie Grande en estos montes, incluso que lo habían visto grupos y familias completas, pero no les creí ni un ápice. Pensé que eran inventos de los llaneros. Ya será mañana cuando lleguemos al pueblo para ver que pasó con el resto del grupo-.
Leo continuó diciendo:
-Hermano, tenemos que denunciar ésto a la Guardia, no sé, a la Policía, es muy grave. Arnaldo agregó:
-Si no mataron a nadie es mejor no decir nada, pues, vendrán los guardias a matarlos a todos, tal vez son humanos, y fuimos nosotros los que invadimos su territorio.
FIN.
No está mal escrito pero ese fin me parece antes de tiempo Es una pena pero no puedo darle mucha calificación CD Le otorgo un cuatro
Encomio a la escritora por su esfuerzo en el planteamiento de una obra de terror sobre Pie Grande. Le otorgo 6 puntos!
Sombras del terror: un relato que me desconcierta y confunde. No entiendo donde quiere llegar el autor. Por no descalificarlo sin puntaje, lo califico con un 4.
Sombras de terror: Creo que tan buena redacción se merecería un final digno y parecería ser que lo dejaron a medio terminar.-