Randazzo, 21 de octubre, 5:30 pm.
El seco frío no impidió a la niebla mermar el alcance de mis sentidos, aterido ante el álgido embate de la temperatura, me frotaba las manos tratando de generar calor con el atropellado roce. La luna alzaba su vuelo con lentitud, burlándose de mi osadía, o ¿debería llamarla idiotez? Parado me encontraba en medio de la adoquinada vía, cuando un continuo repiqueteo, acompañado de leves chirridos de ruedas engastadas en un eje, perturbó mis oídos. ¿Caballos tirando de un carruaje sobre la piedra volcánica? La niebla era sutil y la oscuridad de la noche aún no ejercía su dominio en el lugar. ¿Por qué no era capaz de ver, lo que los sonidos me sugerían? Pude divisar entre niebla y sombras las casas que bordeaban el empedrado camino, pero lo que transitaba sobre él, no. El rítmico golpeteo de cascos y el crujir de ruedas, aumentaba paulatinamente, señal inequívoca del acercamiento del ¿fantasmal? landó. El soberbio relincho del animal rompió el hechizo, ante mi presencia se digno en mostrarse la dorada carroza, jalada por cuatro corceles blancos. Se detuvo a mi lado, la puerta quedó justo a medio metro de mi nariz, se abrió, y una mano enguantada me hizo señas para tomar asiento en tan fasto vehículo.
Misterbianco, 21 de octubre, 7:30 am.
Bien trajeado, y con el nudo de la corbata entrelazado a la perfección, entré al bar dispuesto a tomarme el “machiato”, dosis necesaria de cafeína, indispensable para el correcto fluir de mis ideas. Había logrado conseguir una cita con un famoso cardiólogo. Yo, en mi investidura de “Informatore scientifico del farmaco”, rimbombante título en italiano, para designar un visitador médico, debía convencerlo a utilizar los productos del laboratorio que representaba. En realidad, a pesar de que esa reunión podría aumentar exponencialmente mis ingresos, no me entusiasmaba en lo absoluto, de tener éxito, estaría condenado a realizar un trabajo que no me agradaba por el resto de mi vida. Mientras mis pensamientos debatían entre la seguridad del dinero y la inestabilidad de la felicidad, el mesero colocó sobre la mesa la suculenta bebida, junto a un sobre cuadrado color beige, cerrado con un pastoso sello circular.
—¿Y esto?—. Le pregunté al mesero, desconfiado.
—Lo encontré tirado en el suelo, en la parte de atrás dice, para ser entregado al primer cliente del día—. Respondió indiferente.
El sentido común, aguafiestas universal, me indujo a devolverlo. Decidí no hacerle caso, y despedí al mesero dándole las gracias.
Le dí varias vueltas al extraño sobre en mis manos, la figura estampada en el sello me recordaba algo que no fui capaz de precisar. Lo abrí, y a medida que leía la sorpresa se incrementaba, la absurda belleza del contenido me cautivó.
Lírica
La lujuria bañada en las aguas de su cimiento, adolece
Los guardianes del monte vigilan el hechizo
En las sendas del amor el héroe fenece
La princesa lloró la morena piel, enalteciendo el cenizo
Épica
La torre indiscreta observa a la maga
El conjuro aleja la costa
El enemigo naufraga
Su nombre eterno en la piedra imposta
Entre la lírica y la épica, la providencia ejecuta nuestro encuentro, al ponerse el sol. Hoy.
Cordiales saludos.
Conde Di Martino
Recordé el significado de la imagen del sello, al leer el nombre del creador de tan enigmática misiva, mi abuelo me lo dibujó en un papel cuando yo era un niño; ¡El escudo emblemático de la familia!
Toda mi concentración la dediqué a resolver el enigma. Si el encuentro debería darse en pocas horas, el lugar previsto estaba en la isla. Tres horas de meditación y dos rondas más de café, me permitieron resolverlo. La ciudad medieval de Randazzo, ocupó todos los espacios de mi mente. El tercer soneto de lírica me dio la clave; “En la senda del amor el héroe fenece”. Romeo es uno de los castillos que adornan el singular poblado, situado en una zona denominada, Montelaguarda; “Los guardianes del monte vigilan los hechizos”. Además el castillo contiene pasadizos secretos que desembocan en el río Alcántara, utilizados por amantes furtivos en la huida; “La lujuria, bañada en las aguas de su cimiento, adolece”. El castillo Romeo, Albergó a Mafalda la princesa de Italia, Etiopía y Abisinia; “La princesa lloró la morena piel, enalteciendo el cenizo”.
¿Exactamente, en que lugar de Randazzo? Fue fácil dar con la respuesta; en la calle Maga Morgana. Desde el castillo Romeo, se puede observar el sitio, donde Morgana lanzó el hechizo contra los invasores de Sicilia, les hizo creer que la costa estaba cerca, estos se arrojaron al mar pensando que llegarían nadando a tierra firme, gran error, todos murieron ahogados. En su honor una calle adoquinada con piedras de lava, recuerda su hazaña. Y mis pies tendrían que pisar esa calle, antes de la puesta del sol, en busca de la aventura añorada por mi espíritu.
Salí del bar, me quite la elegante chaqueta y la corbata opresora, el bote de la basura las recibió. Sin dudarlo me introduje en el auto y cogí la carretera sinuosa, rumbo a las altas montañas.
Randazzo, 21 de octubre, 5:50 pm.
Sentado en los cómodos cojines del carruaje me mantuve en silencio, al frente del inescrutable personaje de contextura delgada y elegante atuendo, todo negro, excepto la blanca camisa que en armónico contraste desafiaba al oscuro chaleco. El sombrero tipo fedora, inclinado ligeramente hacia adelante me impidió apreciar con claridad su rostro. Su sonrisa decretó la llegada de la penumbra y comenzó a hablar.
—Sé que no naciste en la isla, también sé que la has recorrido por entera, en busca de la esencia de tus antepasados—. Quise interrumpirlo, y decirle; la recorrí más por motivos de trabajo. La frialdad de su mirada me hizo desistir.
—Te fascina su historia y la magia que emana de ella, estaba seguro que comprenderías el mensaje.
—Solo buscaba una excusa para dejar el trabajo—. Me encogí de hombros, para luego preguntar. —¿Por qué complicar las cosas? Me hubieses mandado simplemente la dirección.
—Para demostrarte que eres digno de llevar el apellido Di Martino. ¿Pretendes engañarte a ti mismo? Con la simple dirección, el sobre estaría en el lugar donde reposan tu corbata y chaqueta, y tu triste destino sentenciado. Te reté, tu conciencia despertó y aquí estas, dispuesto a enfrentarte a lo desconocido.
El carruaje se detuvo bruscamente, el nerviosismo se hacía sentir en la tierra pisada por las inquietas bestias. Alejados de la ciudad, en el campo, la tenue luz de la luna creciente, descubrió la roída y gastada presencia de un pozo seco.
—Hemos llegado, debes bajar por el pozo y tomar un crucifijo de oro y su cadena, yo no puedo, mi corazón no late, el tuyo si, con la misma sangre que alimentó mi existencia de carne, rodea tu cuello con él y regresa inmediatamente que el tiempo se agota.
Me entregó una larga cuerda, la até al árbol más cercano y comencé mi descenso por la oscura boca, apenas 5 metros recorrí, antes de que el barro me diera la bienvenida. En el fondo del pozo un hermoso brillo detonó mis emociones, recogí la singular alhaja y adorne mi pecho con ella, desatando con ese gesto, la ira del demoníaco guardián. Sentí un profundo asco cuando la nefasta energía atravesó mi cuerpo, flotando hacia la superficie me ignoró, su objetivo; atacar sin piedad con vil rencor al propietario de la reliquia, mi noble ancestro. Una feroz batalla se libró sobre el pozo, chispas de luz rasgaban la noche, mis fuerzas menguaron, se me hacía muy difícil subir, tenía que hacerlo o perecería, estábamos conectados, en la batalla él perdía fuerzas, transmitiéndome su creciente debilidad. Mi insistencia en el ascenso y la infinita motivación de sus razones, lo obligaron a no sucumbir. Una insistente pesadez tomó posesión de mis brazos, aún así, amparado por la fuerza de la determinación, lograba con lentitud escalar, aferrado a la cuerda e impulsándome afincando los pies en la fangosa pared. A punto de desfallecer, mi mano asió la última piedra colocada en la construcción del pozo, pudiendo salir de él. En ese instante, el demonio se marcho sin dar explicaciones.
—¿Por qué se fue? —. Pregunté, desconcertado y feliz.
—La primera parte de la maldición se ha roto, al estar fuera del pozo el regalo que se me hizo en vida, el demonio ha quedado en libertad y decidió marcharse, para nuestra fortuna. Sin embargo yo estoy muy débil y no puedo acompañarte, por favor vete al pueblo, entra al cementerio y busca el pequeño mausoleo familiar, en el encontraras una pequeña caja, dentro de ella, mi dedo meñique, coloca allí la cadena y el crucifijo, al contacto con mi hueso, el nefasto maleficio se volverá añicos. Apúrate, debes hacerlo antes del alba, o tu alma se convertirá en juguete de demonios.
Corrí con el ímpetu donado por la desesperación, usando el aliento de la locura. Llegué a tiempo con mi destino, crucé el solemne umbral del mausoleo Di Martino, en medio de una gran paz proporcionada por el recinto familiar, abrí la caja y deposite el obsequio, cerré los ojos y me quede dormido.
La luz se coló por la puerta abierta de la cripta, me desperté confundido. Afuera mi compañero de aventuras me esperaba con una sonrisa, junto a él, una hermosa gitana lo tomaba de la mano.
—Ella es Anicia, mi amada gitana, puso todo su amor en el oro utilizado para fundir el preciado regalo, el que reposa junto a mis restos. Gracias a ti.
No pude evitar las lagrimas y me arrodille ante la bella Anicia, ella colocó sus manos en mi cabeza. Imágenes de un triste pasado, invadieron mi cerebro.
Anicia y Mireya bailaban con picardía ante el apuesto conde, éste quedó prendado de la gracia de Anicia y terminó casándose con ella. Mireya en un arrebato de envidia, robó la cadena con el crucifijo, que su amiga le había regalado a su esposo, se la llevó a una bruja sin escrúpulos que maldijo el amor de la feliz pareja, luego escondió la prenda en un antiguo pozo. Las calamidades se posaron en las vidas de Anicia y el conde, la enfermedad los condujo a la muerte, dejando huérfano a un inocente niño.
Saul, amigo de infancia de ambas gitanas, se entero de lo sucedido. Le arrancó con amenazas la confesión de su vileza a Mireya, descubriendo el lugar donde se escondía el símbolo del amor de sus amigos. Saul era conocido entre su gente por sus habilidades de mago, profirió una contra a la maldición logrando acuerdos con ruines demonios, se estableció la posibilidad de que un descendiente del conde, nacido en tierras imposibles de bañar por el mar Jónico y Mediterráneo, pudiese romperla si se cumplían ciertas condiciones. Una de ellas el contacto entre la prenda y la carne del conde. Otra, que toda acción reparadora debía de hacerse entre el ocaso y el crepúsculo. Al morir el conde, Saul se presentó al lugar del velatorio, con un hechizo durmió a todos los presentes y, le corto el meñique al difunto. Pero el descendiente que intentase destruir la maldición, es decir yo, si fracasaba en el intento, tendría que pagar un alto precio, servir en los lúgubres rincones del averno, a sus amos por toda la eternidad. Me salvé por un pelo, devolviéndoles la paz a mis tatarabuelos y el excelso placer de la mutua compañía.
Excelente relato. Felicitaciones al escritor. Le doy los 50 puntos.
Soy María Luisa Matheus participé con el relato "La venganza del diablo"
Un barroco bien manejado además de la poesía como parte del misterio. Excelente relato. Le doy 8
MAGNÍFICO. IMPECABLE LE DOY LOS 40 PUNTOS. (Es lo mejor que he leído en el concurso)
Un relato enmarcado en la época medieval italiana. Con un dominio del lenguaje profundo, el autor nos trasladó a esa ciudad volcánica de Randazzo, donde la maldición a una dinastía al final es evadida. Admiro la habilidad del escritor, como lo dije en la anterior puntuación, Le otorgo 5 puntos. ¡Felicitaciones!
Me gustó bastante el principio y la idea de la maldicion pero el desarrollo me preció algo precipitado. Le doy 4 puntos