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RAFAEL SÁNCHEZ ARAIZA: RECLUSA.

Actualizado: 24 oct 2023


1

Después de cuatro horas tragando polvo de los caminos de tierra, y con la cabeza y el cuello adoloridos por las sacudidas violentas del viejo camión al cruzar los ríos, la maestra Angélica Trejo avista en la lejanía el caserío donde impartirá clases a los niños y adolescentes en edad escolar.

La circulación lenta y cuidadosa del camión por las calles de tierra rojiza y agrietada, llenas de pozancos traidores, permiten a la docente contemplar con atención las casas de adobe y teja que habitan los pobladores de Santa Lucía de las Ánimas. “Sin lugar a dudas es un lugar hermoso para pasar unos días de asueto, pero será una prisión si debes vivir y trabajar aquí hasta que se desocupe una plaza en alguna escuela de ciudad o de otro sitio que no sea tan rural. Pudieran ser años; con muchísima suerte, por lo menos uno”, piensa resignada Angélica. A ese pensamiento se encarama ansioso otro en su mente, ocasionando que sus ojos recorran desesperadamente encima de los tejados viejos y empolvados. “Bendito Dios, sí hay electricidad.”

Con un ronroneo lastimero y perezoso, el destartalado autobús frena. Se detiene bajo la sombra fresca que producen un par de árboles robustos y frondosos donde varias personas de la comunidad esperan para abordarlo.

—Aguántenme tantito, por favor —solicita el chofer a las personas que quieren subir—. ¡Santa Lucia de las animas, señores pasajeros! Necesito que bajen todos paque puedan subir los que van pa la ciudad. Maestrita, aquí se queda “usté”.

—Gracias, ya voy —contesta, apresurándose a recoger la abultada maleta color rosa para arrastrarla dificultosamente por el estrecho pasillo, entre las filas de asientos sucios y rotos. Los locales la miran batallar mientras esperan pacientes a que termine de bajar.

Una mueca de disgusto se dibuja en su rubicunda cara al sentir la tierra colarse entre la planta de sus pies y el interior de sus zapatillas de taco. Su estancia en este lugar será más desagradable de lo que había calculado.

—¿Maestra Trejo? —la sorprende con la pregunta un hombre delgado y alto, de tez rojiza y cuarteada, como las calles de Santa Lucía. Está bien vestido, aunque con ropas anticuadas.

—Sí, soy yo. Vengo a dar clases a los niños y…

—Lo sé, maestra, —interrumpe divertido el desconocido de aspecto amable y sencillo—, yo solicité un docente hace mucho tiempo, desde que don Nacho nos dejó. Perdone, soy Ramón Ciprián, delegado de esta población.

—Delegado, mucho gusto. Gracias por recibirme.

—Por favor sígame, le mostraré la escuela, también la casa donde vivirá. Espero que ambas sean de su agrado.

—Estoy segura que así será —comenta Angélica, arrepintiéndose de inmediato por su mentira. La única certeza que tiene en este momento es que no le gustarán ni la una ni la otra; de hecho, le cuesta aceptar que existan lugares como este, y mucho más que las personas estén dispuestas a vivir en ellos.

Un caserón abandonado que apesta a humedad, polvo y mierda de gallinas que anidan en sus rincones es presentado a los ojos de la joven docente.

—Necesita un poco de limpieza y reparaciones —menciona con una extraña mezcla de pesar y optimismo en sus palabras—, pero entre los alumnos y padres de familia lo tendremos listo antes de que inicie el periodo escolar. Ya verá.

—No lo dudo —contesta por educación mientras su cabeza obsesiva se pregunta en qué pensaba cuando aceptó la plaza en este lugar.

—Esa de enfrente es la casa donde usted vivirá —dice al encaminarse a una propiedad con fachada blanqueada con estuco y puertas gruesas de madera con aldabones que todavía huelen a líquido para remover oxido. La entrada es por un pasillo ancho con piso de cemento alisado y muros de adobe estucados. Al lado derecho de este se encuentra una habitación espaciosa amueblada con lo necesario en una recamara; al final del pasillo, del lado izquierdo, una amplia tejavana acondicionada para cocinar, con dos hornillas y varios pretiles construidos con arcilla y lodo.

La mueca de Angélica al observar las condiciones de la casa manifiesta rechazo por esta, sin embargo, el desasosiego en su mirada, que escudriña los espacios restantes de la propiedad con desesperación, denota otra creciente preocupación.

—¿Y el baño? ¿Dónde está el baño? —pregunta con una voz que se convierte en gritos exigentes.

—Allá —señala Ramón con el índice al fondo del patio que colinda con el monte del cerro—. Es una letrina, pero está bien acondicionada. Desmontamos unos metros más allá de ella para que los animales de uña no se acerquen y…

No lo escucha. Apresurada, la maestra se encamina al cuarto. Con un fuerte jalón abre la puerta de madera y busca el foco.

—Dos focos, qué bien. Entre más, mejor —respira con alivio ante la mirada curiosa, casi atónita, del delegado.

—Ah, también conseguimos una escopeta y cartuchos para que ahuyente cualquier cosa que pudiera aparecerse por las cercanías.

—Sí, sí, gracias. No creo que se necesite —responde desentendida, al coger las llaves que le entrega Ramón.


2

Vestida con vaqueros deslavados, una blusa ligera y zapatillas deportivas, la maestra Angelica entra al salón. Sus doce estudiantes, de diversas edades, la esperan con libros y cuadernos abiertos. Al grito parejo de “buenos días, maestra”, le dan la bienvenida a otro día de aprendizaje y enseñanzas.

—Buenos días, muchachos. ¿Hicieron sus tareas? —Conoce la respuesta antes de escucharla, pero la considera una bonita costumbre.

—¡Sí, maestra Angélica! —Las sonrisas en las diferentes caras demuestran el lugar especial que la docente se ha ganado en sus aprecios.

—A ver, Ciro, dinos que escribiste acerca de lo que te da miedo.

El niño la mira con nerviosismo, no esperaba ser el primero en leer.

—Me asustan muchas cosas, pero a lo que más le tengo miedo es a los nahuales —risillas de burla se escuchan entre sus compañeros—. Ustedes no creen porque no los han visto, cualquiera puede ser un nahual, dice mi abuela que algunas personas ni siquiera saben que pueden convertirse en animales hasta que les pasa —aclara molesto.

—Ciro, no se burlan de ti, pero debes aceptar que creer en algo que no todos hemos visto es muy difícil. Las personas a veces reímos ante cosas o situaciones que no comprendemos o nos atemorizan —interviene Angélica—. Y los demás recuerden que los que están al frente de la clase merecen respeto.

Todos asienten con la cabeza al gritar “sí, maestra Angélica”.

Uno a la vez va leyendo sobre las cosas que los asustan. Al terminar, Rubén, el mayor del grupo, con dieciocho años cumplidos, levanta la mano para preguntar.

—Y a usted, maestra, ¿qué le asusta? ¿Qué le quita el sueño por las noches?

—Las tareas son para ustedes, Rubén. Hace años que yo hice las mías —Fruncir el ceño al escuchar la pregunta la delató. Ella lo sabe, pero no contestará; esas cosas no se comparten con cualquiera, aunque se haya encariñado con ellos.

Más tarde, durante el recreo de cuarenta y cinco minutos que la docente les permite para que desayunen y platiquen, Jatzia, una niña de doce años siempre risueña y alegre, se aproxima a Angélica para comentar algo.

—Maestrita, ya van a empezar las lluvias. Si no tiene muchos focos en su casa, debería de comprarlos. Aquí en Santa Lucia nos quedamos sin luz casi casi al nublarse el cielo —explica, con una vocecita infantil y aguda que parecieran complementar su ocurrente comentario.

La pequeña Jatzia retrocede un paso al ver cómo el rostro de su maestra se distorsiona con un gesto de enfado tras escuchar su advertencia de buena fe. La niña ignora que el disgusto, para nada provocado por su aviso, esconde un secreto vergonzoso y aterrador para Angélica.


3

Las primeras tormentas se presentan en forma de pequeños diluvios. El polvo que el tiempo acumula sobre árboles, tejados, calles y personas de Santa Lucia a lo largo del año se lava con las lluvias, formando riachuelos de agua roja que recorren los caminos y dejan hondos surcos por donde pasan.

“Las aguas”, como llaman los santalucianos a la temporada de lluvias, cambian el aspecto de todas las cosas en la población, quizás es por eso que la maestra Angélica ahora se comporta diferente.

Cuando las primeras nubes oscurecen el azul del cielo, la docente interrumpe cualquier actividad para dirigirse al almacén del lugar a comprar focos y velas. En un santiamén está en su casa; cerradas puertas, ventanas y con todas las luces encendidas, no abrirá a nadie por más que toquen a su puerta.

Por esa razón, incomprensible para los que la conocen, el delegado Ramón no pudo avisarle que ese y el siguiente día se quedarían sin electricidad. Los rayos de la ultima tormenta habían ocasionado destrozos en la línea eléctrica, daños que necesitaban ser reparados.

Con la noche a punto de desplegar su manto sobre el caserío, Angélica se dispone a ducharse en la letrina. No termina de entender por qué demonios la construyeron a más de treinta metros de la casa principal; los malos olores son la única razón que justificaría la ubicación. En fin, por lo menos no debe bañarse al pie de una pilastra, sacando agua con una palangana.

Con toallas, ropa interior y el conjunto de pantalón y camiseta deportivos que usa para dormir bajo el brazo camina entre las hierbas, que han crecido por las lluvias, para entrar al cuarto. Enciende las luces, asegura la puerta con el cerrojo y después de disponer sus ropas en los toalleros incrustados en las paredes, se asoma por la ventana de celosías que da al fondo del patio. El monte amenaza con tragarse la letrina si no se le detiene, hace una nota mental para recordarle de esto al delegado Ramón.

El agua fría que sale de la regadera, que no es más que un chorro burdo, provoca que la piel de Angélica se inquiete con escalofríos para terminar relajándose con el flujo constante por todo su cuerpo. Con el paso de los meses ha aprendido a valorar estos momentos de paz que el agua fría le genera, logra poner en blanco su mente y olvidarse de todo mientras está bajo su influjo.

Un tronido que parece venir de la calle, la alerta. Cierra el agua. Los gritos, que no sabe descifrar si son de miedo o júbilo, la desconciertan. Abre los ojos, pero no puede ver nada.

Estira los brazos y tantea las paredes, los apagadores no encienden las bombillas. Trastabilla y recorre con sus dedos las celosías, ninguna luz se cuela. ¿Por qué la oscuridad es así de impenetrable? Acaso…

¡¿Se ha quedado ciega?!

Una vieja y conocida sensación empieza a trepar por sus tobillos, conforme sube por su cuerpo araña y desgarra su cordura. Al sentirla en su columna, la mente de Angélica se aferra a no cruzar la frontera que lleva a la demencia.

Es prisionera de la oscuridad, de esa vieja azabache y traidora que farfulla historias horripilantes que acontecen a su amparo, de criaturas indolentes que atormentan a los débiles mientras ella los acucha y azuza.


“¿Me extrañaste, niña? Regresé. Haré que creas cosas que sabes inexistentes, pero que escapan al control de tu imaginación.

Pobre Angelica, no debiste venir a este lugar olvidado de Dios sabiendo que eres presa eterna de tu terror a la oscuridad. Se me ocurren tantos “no debiste” que no sé por cuál empezar…

Aquí tengo el primero…

No debiste quedarte sin velas para la letrina…”




de varios ríos fueron necesarios para que la maestra Angélica llegara a Santa Lucia dnimas, un caserío enclavado en la sierra

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13 Comments


La redacción es impecable. La forma y fondo excelentes. La temática interesante. Le otorgo un 8.

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lascenizasdewelles
lascenizasdewelles
Jun 08, 2022
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Perfecto, voto contabilizado!!!

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Samir Karimo
Samir Karimo
Jun 06, 2022

texto interesante con atmósfera agobiante, 9

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lascenizasdewelles
lascenizasdewelles
Jun 08, 2022
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Perfecto, voto contabilizado!!!

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Unknown member
Jun 03, 2022

Interesante relato con mucha originalidad CD Le otorgo un siete.

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lascenizasdewelles
lascenizasdewelles
Jun 06, 2022
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Perfecto, voto contabilizado!!!

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Unknown member
Jun 01, 2022

Reclusa: relato que se acerca mucho a la perfección. La historia es muy buena y contada con un lindo estilo. el objetivo está logrado. Me parece, porque no les encuentro sentido, los dos últimos renglones deben ser un error de edición o cosa parecida. Mi calificación es un 10.

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lascenizasdewelles
lascenizasdewelles
Jun 01, 2022
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Perfecto, voto contabilizado!!!

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Perceval Greal
Perceval Greal
May 31, 2022

Es un thriller psicológico, felicito a Rafael por el atrevimiento, son bastante díficiles de escribir, me atrevo a sugerirle como lector, que muestre suspenso antes de la mitad del relato para atraparnos, es más, si en el primer párrafo logras emocionar sin desvelar la historia ya has ganado. Buen intento amigo, te doy un siete. Creo que se puede considerar un relato de terror.

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lascenizasdewelles
lascenizasdewelles
May 31, 2022
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Perfecto, voto contabilizado!!!

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