Caía la tarde y Ramona, "la flaca" se encontraba preparando un puchero de garbanzos con cachola de cerdo en la cocina bilbaína porque su hijo Jesús había quedado en ir a cenar con ella. El cocido era la comida favorita de Jesús.
La flaca era el apodo que le pusieron en el pueblo desde niña, porque era una mujer extremadamente delgada, tanto que parecía una aguja de perfil. Sus brazos eran largos como sus piernas y los dedos parecían rayos saliendo de la palma de sus manos. La flaca era una mujer de talle corto, no más de 1,50 de estatura, con barbilla afilada, pómulos marcados y unos ojos negros que parecían salirse de sus órbitas. Tenía un andar peculiar, arrastrando su pie derecho. La flaca vivía en una casa antigua de piedra, en la parte inferior tenía la cocina y el ganado, en la parte superior se encontraban las habitaciones y una pequeña sala de estar. Sobre esa planta había un faiado donde guardaba trastos y algún que otro recuerdo de su infancia.
A la derecha de la cocina había una mesa blanca de formica y junto a la mesa un chinero de color verde donde tenía la vajilla especial para los días de fiesta, unas cuantas botellas de licor de guindas de las cosechas de años anteriores y alguna botella de coñac llena de moho, que era la bebida preferida de su difunto esposo Pepe, "o zoqueiro", que así le llamaban porque, en vida, hacía zuecos de madera. Ramona se acercó al chinero, cogió una copa de cristal tallado (había sido uno de los regalos de bodas de su suegros) y decidió echarse un poco de licor de la primera cosecha de hacía 30 años. Se sirvió un trago largo y lo tomó de penalti como si fuese agua. — Qué buena cosecha la de este año —se dijo, sin más llevó la botella con la copa para la lareira y dejó ambos objetos apoyados en uno de los bancos de piedra. Fue junto al fregadero, cogió un puñado de patatas del saco, un cuchillo y se sentó dentro de la lareira a pelar patatas, al calor
del fuego. Entre patata y patata Ramona seguía dando tragos de ese delicioso licor de guindas.
Mientras el puchero se iba cocinando Ramona escuchó un estruendo, parecía el ruido de un rayo, se sobresaltó y miró al exterior por la pequeña ventana de madera que daba al huerto. La noche estaba clara, no llovía ni había indicios de tormenta, aunque si hacía frío y la helada cubría ya la huerta.
— Bah, serán cosas de mi imaginación —se dijo y siguió con sus quehaceres. Se sentó dentro de la lareira que se encontraba al fondo de la cocina, a mano izquierda frente a la puerta, y comenzó a pelar patatas.
Mientras pelaba las patatas oyó como unos pasos, levantó la mirada y pudo ver que una sombra negra atravesaba el umbral de la puerta. Dio un salto como si tuviera un resorte y temblorosa se acercó hacia la puerta con el cuchillo en mano. La abrió muy despacio y sigilosamente asomó la cabeza y gritó: — ¿Quién hay ahí?, ¿quién hay ahí?, sal y da la cara....! — Pero nadie respondió. Muy nerviosa se dirigió a la puerta de entrada; era una puerta robusta, de roble y se aseguró de que estuviera bien cerrada. Temblorosa y aún con el susto en el cuerpo volvió a la cocina, se dirigió a la bilbaína a ver cómo iba el puchero, dejó el cuchillo sobre la mesa que estaba a su derecha y fue directa a la olla, pero al levantar la tapa los ingredientes habían desaparecido casi por completo, sólo quedaba un puñado de garbanzos en el fondo y una oreja de la cachola de cerdo. Giró la cabeza y pudo ver que todo estaba servido en la mesa en una gran fuente de alpaca en el centro.
También había platos, copas, servilletas y cubiertos para dos comensales con una botella de vino tinto añejo, la misma marca que había usado en su boda para el banquete .
— ¿Qué está ocurriendo aquí? — Soltó la tapa del susto y empezó a santiguarse como si estuviera poseída. —¡Esto es obra del diablo! —gritó en voz alta.
¡Ramona no daba crédito a lo que estaba viendo...! — ¿Ya estás aquí de nuevo?, sé que eres tú, no te escondas. Da la cara, yo no tengo miedo...! Sé que eres Pepe "o zoqueiro", pero no vas a poder conmigo, no me vas a amedrentar —gritó alterada.
De pronto la puerta de la cocina empezó a batir fuertemente, la ventana se abrió y al golpearse las contras se rompieron los cristales. Parecía que un ciclón se había apoderado de la cocina. También empezaron a volar tarros de los estantes, a batir las puertas de los muebles encastrados en la pared y una fuerza invisible comenzó a lanzar los platos contra el suelo. Ramona se asustó y empezó a gritar: — Maldito, maldito, maldito "zoqueiro", mala hierba te mate una y mil veces, no te tengo miedo. — Cogió de nuevo el cuchillo de la mesa y empezó a moverlo contra el aire, como intentando clavárselo a alguien. Los platos volaban sobre su cabeza, las puertas seguían batiendo y entró una bocanada tan fuerte de aire que la flaca cayó de espaldas contra la pared.
Con el golpe tan fuerte empezó a sangrar, se había hecho una buena brecha en la parte posterior de la cabeza. Se echó las manos a la nuca y pudo ver cómo estaban ensangrentadas, pero no podía moverse, estaba demasiado débil y casi inconsciente por el golpe.
De repente vio cómo el difunto Pepe aparecía frente a ella con un machado clavado en la cabeza.
El "zoqueiro" había sido un hombre corpulento, de aspecto bonachón aunque muy rudo en sus formas.
Nunca se supo cómo se produjo su muerte, sólo que apareció tirado en el alpendre más alejado de la casa, que usaba de taller, con el machado, que utilizaba para cortar los troncos con los que luego hacia los zuecos, clavado en la cabeza.
Mientras Ramona se desangraba allí estaba Pepe frente a ella, vestido tal cual en vida y con la brecha en la cabeza que iba desde la frente hasta la parte baja de la nuca. Pepe no paraba de reírse.
— Qué, flaca, ¿te duele la cabeza? —le decía de forma ruda, sarcástica y burlona mientras no paraba de reír.
— Maldición Pepe, te maldigo por todos tus muertos y los míos. Has venido a por mí, pero no conseguirás nunca llevarme contigo, malnacido —dijo la flaca, mientras le escupía e intentaba incorporarse sin éxito.
— Vas a pagar por mi muerte —respondió Pepe— y a sufrir por todo lo que, en vida me has hecho pasar. Maldita vieja, sanguijuela —dijo.
Acto seguido, Pepe cogió el cuchillo de matanza del cajón del chinero, se agachó frente a Ramona y sin mediar palabra empezó a abrirla en canal como si de un cerdo se tratase, mientras con su risa socarrona le repetía: — Come, come, come... — Mientras metía en su vientre los garbanzos, y las patatas, algunas, aún con piel.
— Vas a comer hasta reventar, jajajaja, ya no vas a ser nunca más la flaca, vas a ser la Ramona la gorda —decía Pepe sin parar de reír.
Una vez hubo introducido todos los ingredientes cogió cuerda de la que usaba para atar los chorizos, una lezna de coser el cuero de los zuecos y comenzó a coser la barriga de Ramona.
Luego le puso la cachola de cerdo sobre su cabeza. — Ahora sí que pareces un cerdo preparado para el San Martiño. Qué, ¿ahora no te ríes? Te hacía mucha gracia cuando me lo decías a mí —dijo Pepe o zoqueiro.
Ramona casi no podía hablar.
— Perdón Pepiño, perdón, no me atormentes más, lo siento mucho.
—¡Ahora lo sientes...!, pero bien que te reías de mí, 50 años aturando tu maldita broma —respondió Pepe.
— Te juro por mis muertos que te amé toda la vida —replicó Ramona.
—Sí, por eso me clavaste el machado —dijo Pepe.
—Sabes bien que fue un accidente, tú estabas sentado, me dijiste que te lo pasara, tropecé y me resbaló de las manos cuando te lo iba a dar, lo siento mucho Pepiño.
Ramona empezó a llorar, con una especie de risa loca y compulsiva, entre sus lloros y la risa entrecortada no paraba de repetir:
— Te clavé el machado... te clavé el machado, te clavé el machado.
De pronto, oyó una voz que le decía:
—Despierta, mamá, despierta — Mientras le zarandeaba de los hombros para que volviera en sí.
— Ya has vuelto a tomar licor de guindas —le dijo—. Ven, lava la cara y te preparo un café de pota para despejarte.
Ramona, se levantó con la ayuda de Jesús, se dirigió al aseo y mojó su cara con un chorro de agua fría.
Luego volvió a la cocina y tomó un café, mientras le contaba a su hijo la horrenda pesadilla. Ambos acabaron la noche entre historia de antaño, un plato de cocido y un buen vino.
¡Jajajajaja que bueno vale! La escritora me hizo dar hambre, y deseos de comer algo de esa rica gastronomía bilbaína. Me encanta Bilbao y su gente. Allí se hacen estupendas comidas. Un relato de terror ingenioso. Respeto la creatividad de los españoles al escribir, si es que la escritora es española. Si no lo es, mantengo lo dicho. Quisiera tener esa chispa y dominio del verbo que tiene el pueblo de España. No es que lo tenga España solamente, pues excelentes escritores habitan en todos los continentes, pero España es un caso que amerita destacarse. Salvo algunos aspectos de forma, me pareció fenomenal. Asigno 8 puntos.
muy bueno, 9
Es un buen relato gore, y como buen relato gore, no puede terminar en un sueño, le doy seis.
Es original pero muy simple en su lenguaje y estructura CD Le otorgo cinco puntos
Te clavé el machado: el relato es un tanto repetido, la mujer que sueña lo peor y despierta sin que haya ocurrido nada. No hay suspenso, ni mucho menos horror. Mi calificación es un 3.