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VICTOR MANUEL ESPINOZA HERRERA: ME LLAMO SARA.

Actualizado: 24 oct 2023




Me llamo Sara. Vivo en la Calle 57 de la Gran Manzana de Nueva York, aquella que se ve a lo lejos es mi casa. En este momento tengo quince años, hija única no deseada. Mis padres no tienen la más mínima intención de que alterne con ellos, me tienen como una chica precoz en todos los sentidos; introvertida, solitaria, además, amargada. Ante mis padres soy tosca, seca; busco mostrar mi enojo y desatención de ellos. Me gusta más mi soledad. Mis padres, si tienen visitas, de lo único que se preocupan es de ver si algo me falta para tenerme entretenida, ensimismada; alejada de sus reuniones. A pesar de ofrecerme lo más nuevo ─existente en el mercado; me niego, no me conviene que estén gastando su fortuna. Yo misma tengo una tarjeta con suficientes fondos para mis taxis, comidas, chucherías, incluso sostener mi vicio. Subiendo las escaleras se ubica la sala de estar, donde tengo internet, un ordenador, una consola y mi laptop.

El pequeño grupo de amigas que somos, mostramos toda la rebeldía posible haciendo de nuestra recámara un refugio al estilo post punk: paredes pintadas de rojo con negro, un buró; en una esquina cerca de la ventana tengo un purificador de aire, una comoda y tan sólo un colchón en el piso. Mis padres creen castigarme al mantenerme encerrada como en una cárcel en mi propio cuarto ─quédate ahí y no salgas─ sentencian a gritos─. Tengo un peinador con un espejo de media luna que tiene una estampita de San Judas, a los lados dos velas inalámbricas negras, siempre encendidas. Rara vez mis padres entran a mi cuarto, y cuando lo hacen muestran indiferencia ante la decoración. Una noche llegué a casa después de fumar hierba─ lo hacemos desde los doce años─ mis padres están en la cocina, no me oyen llegar ni subir las escaleras, siento un sopor muy suave, me provoca somnolencia.

Es tan rico estar fuera de casa, pero el sólo hecho de pensar en regresar a este tétrico lugar, me causa una vibración negativa de mis sentimientos más perversos y hasta a Dios le pido que me libere de estos anhelos de no ver a estas personas, entonces pienso, el fin justifica los medios.

Llegando a casa escucho un murmullo que va subiendo de tono cada vez más hasta llegar a gritos, estruendos de trastos cayendo al piso que me provoca un agudo dolor de cabeza, mareos y ganas de vomitar; sube de intensidad. Entro a mi cuarto, no prendo la luz, sólo las velas están encendidas, me tiro al colchón para taparme la cabeza con mi almohada y pretendo no oír aquellos gritos cada vez más terroríficos, como de muerte y dolor. Mi madre grita aterrorizada. No tengo ganas de salir a ver otra de sus peleas, pero ese grito que aumenta su volumen, sí me causa miedo. Asustada, de mi garganta sale un rugido de desesperación. Al ver la imagen de mi padre que tira de los cabellos a mi madre, sentí asombro y terror; así como un inexpresable pero creciente odio, no supe si a él o a los dos. Tengo en mi mano un bote de gas pimienta─ debo usarlo, mi padre es alto y robusto, su fuerza siempre me ha dado miedo– suéltala ─ vocifero al momento que le rocío la cara ─ dándole un jalón de la ropa trato de desequilibrarlo. Mi padre se tambalea y cae contra el respaldo de una silla; aprovecho para golpearlo en la cara, pero siento el brazo de mi madre rodeando mi cuello – déjalo, no te metas – me dio pavor sentirme casi asfixiada ─sentí que mi sangre caliente corría por mis venas. Al zafarme de mi madre di la vuelta para rociarla también –. Tú, Sara, tienes la culpa de todo esto, no debiste de haber nacido, aguantarte diecisiete años ha sido un martirio─. A fuerza de empujones me libero de ellos. Subí a zancadas las escaleras sintiéndome amenazada. Aterrorizada me encerré en mi cuarto a oscuras, sólo con mis velas encendidas. Entonces grité, grité y grité, no sé qué tan fuerte y qué tan prolongado. Me llegó la culpa de todo lo que sucedía en mi entorno; me horroriza la furia que podrían ejercer para entrar y agredirme. No sin dejar de temblar me acurruqué en un rincón cerca de la ventana con mi San Judas en la mano, me sentí protegida. Con aflicción, en ese momento me vino como un relámpago cruzando frente a mis ojos, aquel lejano momento cuando sin querer los escuché culparse entre ellos por el embarazo y por la furia con la que mis abuelos los echaron de la casa. En ese momento sentí la repulsión ante esos seres que debieron amarme y enseñarme a amarlos.

Tomé unas cuantas cosas de mi cuarto, me alejé en busca de refugio entre mis amigas. Camino a su casa sentí parte de horror y parte de triunfo -- por fin expresaron ese sentimiento que los corroe ─. Platicando con mis amigas me surgieron algunas dudas; comenté que no he visto fotos de mis abuelos. Nunca hemos intentado visitarlos; tampoco tenemos fotos familiares. No nos podemos ver ni en fotografía. Me aconsejan mis amigas que busque en la oficina de la ciudad, las actas de nacimiento. Luego entonces sabría quiénes son mis abuelos. Fue una buena idea que puedo aprovechar esta salida de casa para buscar donde viven, ir a investigar con ellos el porqué de ese vacío de información familiar que debiera ser tema de buena conversación en momentos de convivencia; no lo es. Conocer los motivos de su indiferencia y ausencia de amor que trasgrede toda relación entre padres e hija. Ante mis amigas nunca he ocultado mi evidente antipatía por ellos. Aterrorizada reconozco que en conciencia, sólo pienso en los bienes terrenales.

En las actas me di cuenta que mis abuelos son mexicanos. Me negaron vivir y conocer su cultura. Una horrenda presión sobre mi pecho me asfixia cuando desde el infierno de mi mente surgen voces de los demonios más terribles del inframundo, los siento vivos dentro de mí. El terrible monstruo retenido por años amenaza con salir, una voz surge desde mi interior, crece agigantándose; el rey de los demonios me apura a ir al nido infernal donde habito desde hace diecisiete años, con muy aviesas intenciones. Ya no me importa la maldita herencia, me importa enfrentarlos.

Me dirijo presurosa a casa de mis amigas. Se nos revolvió el estómago, sin poder creer lo que leemos. Nos disponemos a fumar hierba, esta vez di un giro total, traía el diablo metido, sé que para mis planes no es suficiente la hierba, les propongo mezclar también alcohol – no, no me es suficiente – les digo─ pienso que es mejor consumir coca. Mis amigas me advierten que ellas no, porque la que tenemos es para la venta, además debimos pagar la que está a concesión y regresar la que nos queda. Claro que las mandé al infierno, le entro duro a la coca y al alcohol -- me es necesario llegar a la locura con la necesidad de potenciar mi energía, mi fuerza y estar alerta todos mis sentidos al enfrentarme a esa pareja tentada por sus instintos animales incontrolados ─ les digo─ no merecen una manera sencilla de morir. Mis amigas, preocupadas por mi conducta agresiva y amenazante que además me vieron meter a mi bolso la pistola 9 mm que tenemos. Juro matar a mis padres, entonces decidieron llevarme. Al poco avanzar se nos empareja un auto, inmediatamente nos dimos cuenta que era “El Chueco”, quien seguramente venía por la lana y la merca, el terror se apropia de nosotras al ver que nos apunta con el arma. Aceleramos para que no nos diera alcance; la carga de adrenalina que traemos provoca tal reacción en mi amiga y, chirriando las llantas logra dar un arrancón que aquel tipo no supo ni donde quedamos. Continuamos dando vueltas y sigo con la coca y el wiskey; ellas con la hierba. Les pedí que me dejaran cerca, haciéndoles creer que me había calmado, que ya después hablaría con mis padres; eso fue lo que me aconsejó decir el mismito lucifer. Mis amigas albergaron la esperanza de que sólo les diera una lección y todo terminara con algunas situaciones de violencia sin pasar a mayores. Esperaron frente a la casa por si se ofrecía. Llego a casa, entro por la puerta trasera para sorprenderlos. Debo hacerlos pagar, los rocío con el gas pimienta; los ataré a la cama; empezaré por castrarlos y esperaré su despertar y así paguen todo el sufrimiento provocado a mis abuelos.

Algo extraño pasa, la puerta está abierta, entro a la cocina, me impacta ver mucha sangre en todo el piso, los trastos tirados y la cocineta vacía. En al comedor, ¡todo destrozado! aquello era muestra de que buscaban la droga. En la sala están mi padre y mi madre atados con una cinta canela a los sillones; él, ahorcado con unos alambres y la boca tapada con el mismo tipo de cinta. Mi madre no tenía cubierta su boca, pero si apuñalada despiadadamente. Mi padre lleno de puñaladas en todo su cuerpo, con un tiro en la frente. Sangre por todos los rincones. La perversidad de tal escena no tenía limites, evitan con eso que yo también cometa tal atrocidad; sin comprometer mi alma, ¡tal vez alcance la infinita misericordia de Dios! Me siento confusa, mi estado de alerta se intensificó en todos mis sentidos, las emociones recorrían todo mi cuerpo. La sola idea de la palabra muerte, me llegó sintiéndola potencialmente peligrosa, estaba en las garras del Rey de los demonios. El monstruo aprisionado dentro de mi cuerpo y mi mente salió como un rugido de la bestia más abominable. Mi dolor por su muerte merecida; aunque por mi causa, me molesta más en el fondo, el no haber sido yo quien lo hiciera. Subí las escaleras, dando gritos delirantes, desgarradores, que se pueden oír hasta la calle. Entro a mi cuarto como alma que lleva el diablo, encontrando sobre el piso; ropa, papeles; vacíos los cajones de la cómoda; el colchón, el buró y hasta el filtro del aire ¡todo destruido! Tomé del piso a mi San Judas, lo acerco a mi corazón, me arrincono junto a la ventana; poniendo mis velas encendidas a un lado ─ “San Judas, se nos adelantó “El Chueco”, no alcancé a hacerlos pagar y mandarlos al infierno por su incesto,

Se escucha el ulular de las sirenas de las patrullas. Un disparo, un relámpago que se filtra reflejando una silueta por la ventana hace que la noche parezca más oscura.


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12 comentarios


Perceval Greal
Perceval Greal
04 jun 2022

Un relato de problemática social que induce a la reflexión, la narrativa es un poco atropellada, y en este caso una descripción más detallada de la psicología del personaje no hubiera sobrado. Le doy un siete

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Perfecto, voto contabilizado!!!

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Miembro desconocido
03 jun 2022

Me parece original pero las descripciones son demasiado simplistas. CD. Le otorgo un siete

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Perfecto, voto contabilizado!!!

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Miembro desconocido
02 jun 2022

Me llamo Sara: un relato de horror muy bien logrado, no abunda en banales copias ni mucho menos. Te felicito, Víctor Manuel, y te califico con un 10.

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Perfecto, voto contabilizado!!!

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Miembro desconocido
31 may 2022

Me llamo Sara: Una historia vertiginosa que debería estar más estructurada, eso la hace algo confusa pese a ser una buena historia. Puntuación:"/"

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Perfecto, voto contabilizado!!!

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aimarabianquet
aimarabianquet
28 may 2022

Idea buena pero la redacción es muy floja

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Aimara, todavía no has votado ninguna obra. Te invito a leer las normas de votación en uno de los post de este blog.

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