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FRAGMENTO DE "EL LAMENTO DEL GUACO" DE DANILO VARGAS

Actualizado: 19 ago





Hoy quiero destacar un texto, un fragmento del libro “El lamento del guaco” de Danilo Vargas. Gracias a Danilo.


FRAGMENTO


⎯Carlina tuvo agallas para arrojarse al río cuando su novio la preñó y se fue. Yo también las tendré, yo también. Soportó siete días de espera, desde la madrugada en que tomó la decisión de no luchar más. Siete días de canícula en que se retorcieron las pajas de los cañaduzales, los arroyos se desmadejaron hasta hacerse delicadas hebras de cristal y el río se agazapó como un animal herido en el fondo de su cauce. Y al final, ese mediodía, el calor alcanzó su punto más alto, poco antes de que el cielo se tiñera súbitamente de negro y latiguearan los primeros relámpagos. La tempestad se desata a las dos y a las cuatro aún llueve. Todavía la borrasca sacude las briznas resecas de los potreros y las ramas rotas danzan en los torrentes salidos de madre, cuando de la nada, un mugido atemoriza el valle, como si un monstruo apocalíptico se despertara de su letargo: es el río que se retuerce con el estrépito de la creciente. Al oírlo, Adriana se va chapoteando por el fango del camino. Se niega a mirar atrás. Va descalza y camina decidida, con el llanto atascado en la perplejidad de su propia determinación. En el estupor del abandono, esa voz lejana, irreal, le sigue susurrando su sentencia: se fue el domingo y no volverá. Tiene tiempo de repasar en su memoria, como una vertiginosa sucesión de imágenes, la mirada tierna del abuelo ya muerto, los pocos días que pisó la escuela, las auroras sobre las parvas de café y las noches melancólicas de molienda. Alcanza a pensar en los susurros de la brisa de la tarde, mientras los pasos firmes de Andrés la conducen por el laberinto de pomarrosas, donde sus brazos, torpes de miedo, la recuestan en un lecho de hierba, en un tálamo de frutas caídas. Cuando llega a la ribera, la neblina borra la forma de las cosas. Las rocas blancas de siempre han desaparecido bajo el vórtice de la creciente, que se abre paso con un hervidero de espumas y troncos descuajados. Adriana, ante el lomo negro de las aguas, vuelve a palpar la tibieza, el hormigueo de vida en sus entrañas, que desde días atrás no la deja dormir. ⎯En otra vida y con otra suerte ⎯dice⎯, te habrías llamado Salomón, como tu bisabuelo, como la única persona que me quiso verdad. Adriana vacila, por última vez busca una razón para regresar sobre sus pasos, pero solo encuentra soledad, humillación y tristeza. ⎯Perdóname ⎯dice, mientras se acaricia el vientre⎯. Al menos te absuelvo de pisar este mundo de mierda. «Será rápido», se da ánimo, «todo se hará frío, oscuro, y después, la paz». Dos manos se cierran sobre sus hombros y no la dejan caer. Al ver, Adriana se encuentra con el rostro cándido, el bigote ridículo y los mismos ojos que la han seguido durante días, entre los vapores de la molienda. Entre el galimatías de la sorpresa recuerda que, sin lugar a dudas, ese hombre se llama Ernesto Salamanca. ⎯Señorita Villanueva, ¿qué hace aquí? Adriana duda entre agradecer o darle una bofetada.


Fragmento de la novela: “El lamento del guaco”. Danilo Vargas Carvajal. Págs: 37 – 38

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