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RODOLFO GONZÁLEZ: UN AUTOR CON MAYÚSCULAS




RODOLFO GONZÁLEZ: RELATO GANADOR DEL MES DE OCTUBRE Y NUESTRA RESEÑA RELATO "LA ULTIMA OVEJA"

La última oveja Creía ser la oveja negra. Me bañaba los sábados y me cambiaba la ropa interior. Caminaba fumando sin rumbo por donde hubiera adoquines que me invitaran a lucir mi boina calada y la bufanda azul a cuadros, como si fuera un jubilado; quizás lo fui en esos tiempos. No tenía obligaciones, ni futuro; llevaba demasiado pasado acumulado tras mis pasos y aún no había conocido la oscuridad del calabozo. Nada ni nadie me esperaba, era semi huérfano, casi bastardo. Pude llevar Sposito como apellido, pero el verdadero era aún más vulgar, gastado y ocupaba la mitad de la guía telefónica. Entonces encontré la aguja en el pajar. Rubia, ojos llenos de esperanza e inocencia, pero con curiosidad. Caminaba meneando la modesta cadera por la calle Pasteur cuando nos cruzamos por segunda vez. Siempre me quejaba de la fidelidad de la mala fortuna para conmigo. Pero aquella tarde fría fuimos infieles y me fui con la rubia. Me dijo que su apellido era Rosemblat y que cortaba las medialunas por la mitad para que durasen más. Me conoció en una confusa oportunidad en la que una amiga suya le contó acerca de mis rituales nocturnos de apareamiento. Pero no lo recuerdo de esa forma. Por herencia familiar y ancestral desempeñaba funciones laborales en la mutual. Los asociados le pagaban a ella para que les dijera donde debían trabajar o estudiar. Tomaba el café en frente al parque mientras ella hablaba de la «plusvalía» y de las ventajas que los estados socialistas tenían frente al modo de vida al que estábamos acostumbrados, y esa contradicción que llevaba constante en su discurso me enamoró con desesperación. Sellamos nuestro amor cuatro o cinco veces al día. A veces la sorprendía con una rosa roja, a veces con alguna golosina, y algunas otras con una canción. Un día me preguntó ―¿Por qué no hay más flores? ― sonreí y le contesté inocentemente ― Porque todavía estás viva. ― el humor negro la enamoraba aún más. Un día descubrió que lo fascinante de la monogamia era que arruinaba la sociedad, y me hizo prometerle que nunca me iba a separar de su lado. Digamos que de todas las promesas imprudentes que hice alguna vez y traté de cumplir, esta no era muy difícil. Accedí con la condición de que no corte más las medialunas al desayuno (no me gustaba comer un cuarto de luna, me gustaba la medialuna). Y así como quien juega un número de lotería si fe, tuve una relación con perspectivas. Lo importante de aquello fue que tuve con quien compartir los adoquines. Con ella podía desvariar acerca de mis sueños y mis ilusiones juveniles; además le quedaba muy bien mi boina cuando estaba desnuda. Y nunca se supo de una soledad tan bien compartida. Al fin tuve algo a lo que pudiese pertenecer. Me sentí orgulloso de tener algo tan hermoso a pesar de ser yo. La ocasión ameritaba un ramo de rosas. Caminé una vez más por la calle Pasteur con el ramo de flores y una caja de bombones de esas que vienen con forma de corazón para proponerle hacer una mezcla religiosa y comprometernos ante los dioses que correspondieran. Le dije a la recepcionista del edificio que me anunciara. ―Enseguida baja, gracias por esperar. Estaba algo nervioso, o ansioso, no puedo decir con exactitud cual fue el sentimiento que me poseyó. Decidí que el cigarro era una buena opción y crucé la calle. Caminé varios metros para encontrar las palabras que necesitaba, me distraje y llegué a la esquina de la calle Tucumán. El chirrido que hizo una camioneta que dobló me hizo volver en mí y cuando la vi, su mirada llena de ternura me demostró que descubrió el ramo de flores que llevaba. Ese fue uno de esos momentos fotográficos que uno atesora por siempre. Pero el estallido de ese vehículo que dobló, hizo explotar el edificio y corrí a sacarla de entre los escombros desesperado. Me dijeron una vez que la adrenalina le da fuerzas a un hombre que sobrepasan los límites de lo moral. Esa mañana lo comprobé. Removí todo lo que tuve delante hasta llegar a ella. Agonizando y llorando me pidió que haga todo lo que pudiera para que los responsables vayan a la cárcel, luego dejó de respirar y recogí todas las partes de su cuerpo que encontré desparramadas entre la destrucción. Todavía conservo un mechón de su rubia cabellera. Muchos años transcurrieron desde ese 18 de julio, y desde entonces recuerdo lo chistoso de las flores en el cementerio junto a su lápida. Siempre vengo y le cuento lo que investigué. Este año terminé de descubrir todo. Y a pesar de los años, la gente recuerda el atentado, la conmoción, los titulares de la prensa, pero con excepción de las familias, nadie recuerda a los que perdieron la vida ese día. Los culpables están libres porque sus cómplices de aquél momento son sus encubridores de hoy, que gracias a esos arreglos llegaron a ser las autoridades que nos gobiernan. Poderes del estado que deben velar por el bienestar de los ciudadanos. Clérigos que profesan virtudes que no comprenden. Empresarios que miran en dirección de sus billetes. Y el resto de la gente que ya no le importa ni la justicia, ni la verdad, ni la memoria. Creía que era una oveja negra, al parecer soy la última oveja con boina calada entre los lobos. NUESTRA RESEÑA ​ RODOLFO, MAGNÍFICO ESCRITOR Y MEJOR AMIGO La amistad, pensamos desde nuestra plataforma, es una de las experiencias más hermosas que recoge el ser humano, un sentimiento fraterno y puro, que nos alimenta cada día, haciéndonos más fuertes y más libres. En definitiva, un bálsamo para el alma. ¿Y por qué comenzamos nuestra reseña así? Muy sencillo, simplemente porque Rodolfo, nuestro ganador del mes de octubre, se ha convertido con el paso de los meses en un amigo, en un confidente, en alguien en quien apoyarnos y de quien aprender. Un hombre, además, de una cultura superior y sobre todo, una sed de conocimiento infinito, que ha hecho de estas “cenizas”, un ave Fénix, dándonos alas para seguir adelante. Y entonces, ¿este premio es una farsa? Es decir, ¿se lo hemos dado sólo por una cuestión de complicidad o por qué no decirlo, conveniencia? La respuesta también está clara y lo vamos a escribir en mayúsculas, para que quede más claro: EN ABSOLUTO. Rodolfo es nuestro merecido ganador y también es nuestro amigo. ¿No es maravillosa la coincidencia? Pensábamos que era algo que había que subrayar y poner en valor, porque no hay nada más bonito que admirar a quien estimas y respetas. La obra que nos propone es hermosa, culta, refinada, tiene estilo y nos emociona. Teje con presteza e infinita imaginación, los hilos de una narración que enamora, tanto por su contenido como por su continente. Un espacio para la reflexión y un homenaje a la libertad y al vida a través de la tragedia. Como un cuento triste que sin embargo y paradójicamente, nos deja una media sonrisa y un suspiro en lo más profundo de nuestro interior. Un ejercicio de puro virtuosismo, de placer por la palabra, un lugar para la luz en medio de una oscuridad perenne. Un juego que, partiendo del sueño más puro, nos quiebra por dentro. Un poema, que sin versos enrevesados, de una manera simple y sencilla, brilla con luz propia. No se lo pierdan. MUCHAS GRACIAS


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